viernes, 16 de septiembre de 2016

Un martes 13 de muerte

 
Como cada mañana, me disponía a ir al trabajo. Nada nuevo, solo es martes 13, un día como otro cualquiera, pero al que muchos tememos.
"Martes 13, ni te cases ni te embarques", reza mi madre cada vez que coincide este día.
Yo siempre intento que sea un día normal, porque realmente lo es, pero no puedo evitar tener cierto temor a lo que pueda pasar en este día. Sí, soy supersticiosa y me gusta serlo. Me encantan los dichos o leyendas sobre pasar por debajo de una escalera, cruzarte con un gato negro, abrir un paraguas en un lugar cubierto, no prestar nunca sal a nadie... Me fascinan las cosas de brujas, lo sobrenatural, los zombis, la magia... Pero todos sabemos que nada de eso existe. Lo sabemos o lo creemos...

Salí de casa y me dirigí al garaje a sacar el coche para ir al trabajo. Todo bien, el coche estaba entero y arrancaba perfectamente. Primera prueba del día superada.
Conduje hasta la oficina con más cuidado que de costumbre, por si acaso. Llegué al edificio donde se encuentra mi oficina y por un momento un escalofrío recorrió mi espalda, subiendo hasta la nuca. Me imaginé que todos los trabajadores del edificio se habían convertido en zombis. Sí, lo sé, debo dejar de ver "The Walking Dead", me hace imaginarme demasiadas cosas raras. Incluso me gustaría verme en una situación así por un día. El fin de la existencia humana y un buen apocalipsis zombi. Suena raro, pero mi mente perturbada quiere probar lo que se siente estando en tal situación.

El caso es que entré en el edificio y comprobé que la gente era la de siempre y estaban como siempre, y eso me tranquilizó, aunque en cierto modo sentí una ligera decepción.

La jornada de trabajo transcurrió con normalidad la primera mitad del día. Un par de incidencias que resolver, rellenar unos informes y el cafecito de media mañana. Nespresso Caramelito... cómo lo echo en falta...

Recogí mis cosas y fui a casa a comer como cada día. Volvía a tener esa sensación de que algo no iba bien, pero sabía que estaba susceptible por ser martes 13. Así que intenté sacarme ese mal pensamiento de la cabeza. A decir verdad, esperaba que al llegar a casa hubiera pasado algo malo. Pero no fue así, por suerte. Otra prueba superada.

Ya solo faltaba la prueba final. El regreso a mi oficina a terminar la otra mitad de la jornada laboral y la vuelta a casa sana y salva. Al llegar a mi oficina me crucé con el tipo de la oficina de al lado. Como cada día me saludó con un "¡Hola vecina!". Es un hombre peculiar. En el edificio nunca se oye a nadie, está todo en silencio, pero cuando está él, ese silencio se desvanece. Se pasa el día hablando por teléfono. Sabe inglés, portugués, español... y vete a saber cuántos idiomas más. Parece un tipo inteligente y muy atareado. Cuando las cosas no le salen bien se le oye gritar. De su garganta profieren sonidos guturales, de agonía, de ira... sobrenaturales.

Nadie dice nada, nadie oye nada, pero yo que le tengo pared con pared le oigo. Y me inquieta. Nunca he escuchado nada igual. Pero bueno, ya estoy acostumbrada a sobresaltarme cada vez que grita.

Esa tarde escuché una conversación que él mantuvo por teléfono. Trabaja en una empresa de químicos y alimentación o algo así y nunca entiendo de qué habla. Pero esta vez escuché con claridad. Vaya que sí lo escuché... Hablaba de un experimento que estaban haciendo con unos cienpiés caseros. Sí, de esos blancos y gorditos con las patas extremadamente largas y que corren como alma que lleva el diablo.
Esos bichos había sido genéticamente modificados para morder. Porque los auténticos insectos de este tipo no muerden. El caso es que dijo que les habían inyectado el virus NH5UV y que iban a probar qué reacción daba si el cienpiés mordía a una persona.

"No es mortal", le escuché decir. "En teoría y si mis cálculos son correctos, estamos ante una vacuna de inmortalidad". Al escuchar eso, se me cayó el vaso de café que me estaba tomando, poniéndome el pantalón perdido. Pero bueno, era un mal menor en comparación a lo que estaba oyendo decir.
Lo que acababa de escuchar me iba a dejar sin sueño durante una buena temporada, y nunca mejor dicho...
"En una  hora habrá un apagón en el edificio, será entonces cuando comprobemos si la mordedura ha surtido efecto en nuestros conejillos de indias. Te esperaré en el sótano Rober, así podrás presenciarlo con tus propios ojos". Mi corazón latía a mil por hora, cual caballo desbocado. No sabía qué hacer. Tenía miedo de que mi "vecino" me secuestrara para formar parte de su grandioso y revolucionario experimento. Tenía una hora para decidir qué hacer. Empecé a recoger mis cosas con intención de irme a casa y hacer como si nada de esto estuviese pasando. Quizás era una broma de mal gusto y estaba bromeando con su interlocutor. Pero por su tono de voz, deduje que hablaba muy en serio.

"La única forma de que mueras, una vez te inyecten la vacuna, es con un tiro en la cabeza. Si nadie te lo pega, serás inmortal. Y todos sabemos que nadie nos va a pegar un tiro en la cabeza, ¿verdad Rober?, jajajajajaja". Su risa resonó con eco en lo más profundo de mi ser. No podía quitármelo de la cabeza. Todavía hoy no he logrado olvidarla, cada noche esa risa vuelve a mi memoria y me perturba, haciendo que me estremezca. Mi miedo cada vez se hacía más presente. Me dí cuenta de que estaba empapada de sudor. No tenía escapatoria. Había dos opciones: salir corriendo en ese preciso instante, o esperar hasta que se fuera, con las luces apagadas y salir despacio por las escaleras intentando que nadie me viese. Me temblaban las piernas tanto que decidí que no era buena idea salir corriendo. Así que apagué las luces de mi despacho y me metí bajo la mesa rezando para que nada malo me pasara.

Cuando le oí abandonar su despacho noté que se había quedado parado ante el mío. A pesar de tener una cristalera enorme desde la que se ve el pasillo, tenía la persiana bajada, aunque por debajo, si te agachas puede verse un poco el interior. Yo sabía que debajo de la mesa no podía verme, pero temía que intentara entrar. Tras unos segundos, que a mi me parecieron horas, oí que reanudaba sus pasos, alejándose de mi oficina para tomar el ascensor. Le dí diez minutos de margen para que se alejara, antes de poderme ir.

Pasado ese tiempo me asomé cautelosamente a la ventana para comprobar que mi coche seguía ahí aparcado y estaba entero. Estaba segura de que él sabía que yo seguía en el edificio. Conocía mi vehículo perfectamente, pues solíamos llegar a la par casi a diario. Preparé la llave en la mano para bajar y arrancar corriendo antes de que fuera demasiado tarde, y me decidí a salir de la oficina.

Tan sigilosamente como pude, me aproximé a la puerta que daba a las escaleras para abrirla intentando no hacer ruido. Y ahí fue donde me asusté de verdad. De la puerta del ascensor, que se encuentra junto a la escalera, salían los cienpiés en hilera, formando una fila perfecta, como un ejército que se dispone a atacar, y se dirigían a las oficinas. Me percaté de que la puerta del ascensor estaba abierta pero no había ascensor. Asomé un poco la cabeza para observar con cuidado de que no se me subiera ningún bicho y fue cuando lo ví. Abajo del todo se podían escuchar gruñidos. Eran de personas que parecían agonizar, pero no alcanzaba a ver nada más, estaba en completa oscuridad a causa del corte de luz programado. 

El experimento había comenzado. Salí corriendo por las escaleras intentando no hacer ruido y me aproximé a la salida. No tenía mucho tiempo, ese maldito loco podía subir del sótano en cualquier momento y matarme, o mucho peor, convertirme en una de sus cobayas de laboratorio. Me decidí a correr sin mirar atrás, abrí el coche y me metí dentro, cerrando el seguro por si acaso. Tras varios segundos de tensión, en los que no atinaba a meter la llave en el contacto, conseguí poner el coche en marcha. Entonces fue cuando le ví salir corriendo del edificio. Salía como un asesino sacado de una película, con el pelo alborotado, la corbata desabrochada, la camisa blanca por fuera y manchada, y una jeringa en la mano. Venía a por mí. A inyectarme el virus. Metí primera y salí a toda pastilla de allí. Al mirar por el retrovisor vi que tras él salía una masa de gente muy extraña. Parecía una horda de zombis. Supuse que eran los conejillos de indias que habían sido mordidos por el bicharraco genéticamente modificado.

Al llegar a casa, conté lo sucedido. Ordené a mi madre que llamara a todos nuestros seres queridos más cercanos para que vinieran rápido a nuestra casa. Yo mientras tanto encendí el ordenador e investigué qué narices significaba el virus NH5UV. Y entonces lo entendí. Mi serie favorita del momento "The Walking Dead" se estaba haciendo realidad. Según pude leer, el virus te provocaba la muerte, haciéndote volver a la vida, unos minutos después de haber muerto, en un estado deplorable. De descomposición avanzada y lo más triste de todo, sin conciencia.

No se trataba de una vacuna para ser inmortal, se trataba de un arma para destruir a la humanidad y sembrar el caos. Provocar el fin del mundo.

Nuestros seres queridos comenzaron a llegar a casa, y encendimos el televisor para ver si contaban algo de lo acontecido hasta el momento, y un montón de sucesos raros estaban comenzando a pasar en EE.UU, Reino Unido, Portugal y España principalmente. Vaya qué casualidad... por algo el tipo se comunicaba siempre en esos idiomas por teléfono. Allí debía tener más sedes de esa empresa química. 

Pronto las calles se convirtieron en muerte. Oleadas de zombis por doquier, un hedor aberrante, comercios saqueados... Una auténtica película de terror.

Durante meses hemos estado moviéndonos sin parar de un lugar a otro, malviviendo, pero sobreviviendo a la epidemia. Hemos tenido alguna baja... es triste, desolador, pero no tenemos tiempo para llorar las pérdidas, el tiempo apremia y es crucial para sobrevivir en este nuevo mundo. Cada vez somos más. Vamos acogiendo a la gente que camina sola o en pequeños grupos. Nos vamos haciendo más fuertes, y estamos intentando dar con alguien que tenga la cura para frenar semejante barbarie. 

Contado esto, os diré que esta es mi última hoja de un cuaderno que llevaba encima. No volveré a escribir más. A partir de aquí no sabréis si vivimos o morimos. Sólo os pido dos cosas: Deseadnos suerte... y cuidado con lo que deseais...

FIN