domingo, 14 de mayo de 2017

Un ajuste de cuentas

La promesa estaba rota, ya no había vuelta atrás. Esta vez estaba metido en un buen lío y no sabía cómo iba a conseguir salir de él. Ya era tarde para retractarme e intentar hacerle entrar en razón. Sólo tenía una oportunidad de salir con vida de semejante situación.

La cabeza me daba vueltas y no conseguía concentrarme y pensar con claridad, así que instintívamente eché a correr lo más deprisa que pude. Me encontraba en el interior del Puerto que hay en mi ciudad. Había conseguido burlar las medidas de seguridad haciéndome pasar por un trabajador más. Para ello, previamente había tenido que secuestrar a un operario para robarle su uniforme y acreditación, dejándole metido en el maletero de su coche en el transcurso de los hechos. Corría sin parar entre los contenedores de la terminal de carga, tratando de despistar a Fredy.

El que, hasta entonces, había sido mi mejor amigo, en ese momento quería matarme y con razón. Prometí no fallarle nunca. Prometí que él no se vería envuelto en la mayor operación de narcotráfico jamás vista en toda Europa, desgraciadamente organizada por mi. Había prometido sacarle de la pobreza. Que su familia no volviera a pasar hambre jamás y que no les faltara un buen hogar en el que vivir, pero mi codicia había llegado a tal nivel que la situación se me había ido de las manos y no tenía arreglo.

La operación en un primer momento, iba a consistir en la llegada de un barco de chatarra, procedente de Marruecos, en el que entrarían camufladas 10 toneladas de cocaína. No iba a ser una operación arriesgada, ya que era lo habitual y no solía ser confiscada la mercancía. Solían hacer la vista gorda, o simplemente no lo detectaban. El error de todo esto estuvo en mi ambición por ganar más dinero en poco tiempo. Lo veía fácil, me veía valiente, me creía el mejor y quería pasar a la posteridad como uno de los mayores narcos de la historia, así que decidí que en lugar de un barco, entrarían tres, con 10 toneladas de mercancía cada uno. Pero para ello necesitaba que Fredy se involucrase más en la operación, hasta el punto en el que él debería ir infiltrado en uno de esos barcos para asegurar que nadie descubría nuestro "pequeño" secreto. 

Al llegar los tres barcos al puerto, cada uno a distintas horas para no levantar sospechas, comenzaron con la decarga de la chatarra de cada uno de ellos. Como eran grandes embarcaciones, iban a tardar entre 2 y 3 días en descargar toda la mercancía, por lo que teníamos tiempo de sobra para realizar la descarga de nuestro material. 

Entrada ya la noche, sobre las 12 aproximadamente des tercer día de descarga,  nuestro equipo de operaciones entraba en acción con los camiones y las grúas para sacarlo todo. Tenían 5 horas para realizar la extracción completa de cada uno de los barcos. Imaginaros cuántos estábamos involucrados en la operación. Era grande, muy grande. Una obra maestra. 

Mientras todos trabajaban, Fredy y yo íbamos supervisándolo todo y vigilando que la policía portuaria y la Guardia Civil no se acercasen al lugar de los hechos. A algunos tratábamos de despistarles, y a otros símplemente les teníamos comprados para que no hablasen.

Todo estaba saliendo a pedir de boca, eran las 4:15 de la madrugada y la carga de los camiones estaba casi finalizando. Fredy y yo nos estábamos echando un cigarrillo apoyados en el Land Rover que había robado previamente, y en cuyo maletero se encontraba el operario secuestrado por mí, mientras divisábamos el panorama y soñábamos con lo que haríamos después con el dinero. Imaginábamos a qué país nos iríamos a vivir, qué casa comparíamos, a qué nos dedicaríamos. Fredy quería tranquilidad, se retiraría a un pueblecito de Méjico, para vivir en el campo y dedicarse al cultivo de hortalizas. Él sólo quería una buena vida tranquila, alejada del bullicio de las grandes ciudades, y poderles pagar a sus hijas unos buenos estudios para que llegasen a lo más alto.

Yo en cambio no quería eso. No me conformaba. Pretendía seguir organizando operaciones de esa magnitud, e incluso más grandes. Quería dominar el mundo. Sería el Dios del cártel en Europa, y más tarde del mundo entero. Conquistaría otros Continentes, hasta ganarme el respeto de todos los narcotraficantes del mundo. Sí, estaba flipado, muy flipado, pero todo estaba saliendo tan bien que me parecía una posibilidad muy real. Ya me imaginaba con mansiones por doquier, con cristaleras enormes, piscinas quilométricas, sol, playa, grandes fiestas con los peces gordos y un largo etcétera. Me creía el típico protagonista de una película de este estilo, solo que yo no acabaría acribillado a balazos como solía pasar en los filmes.

Finalizada la carga, mi equipo, Fredy y yo nos disponíamos a abandonar el puerto con la mercancía, para realizar la entrega y cobrar nuestra fortuna, cuando las cosas se torcieron. De repente hubo una fuerte explosión, y pude ver por el retrovisor del Land Rover cómo uno de nuestros camiones explotaba, volando todo por los aires. Mi preciada mercancía estaba volando por los aires envuelta en llamas. El camionero no me importaba lo más mínimo. Un trasero menos que pagar. Más para repartir. Pero mi cocaína estaba ardiendo. Mis 10 toneladas se habían ido al carajo. 

Tratando de no perder la calma, y antes de que el lugar se llenase de policía, ordené a través del walkie talkie al resto de mis hombres que aligerasen para salir de allí cuanto antes. No podíamos permitirnos perder más mercancía. Aún nos quedaban 20 toneladas y debíamos ponerlas a salvo o si no nos coserían el culo a balazos en la entrega. Pero entonces otro camión explotó del mismo modo que el anterior. El pánico empezó a apoderarse de Fredy, quien se tiró del coche en marcha y comenzó a correr adentrándose en la terminal de carga y perdiéndose entre contenedores para no ser visto. Había abandonado. Ahora yo estaba solo ante el peligro y no sabía cómo iba a terminar todo.
Alguien nos había engañado. Teníamos un infiltrado en el grupo que se había dedicado a poner bombas para que la entrega no se hiciese efectiva. Estaba seguro de que alguien había puesto precio a mi cabeza, y mi fin se estaba acercando. Tenía que hacer algo. Posiblemente el tercer camión explotaría en cualquier momento. 

De repente vi cómo se acercaban decenas de coches patrulla, tanto de policía portuaria, Guardia Civil, y de Operaciones Especiales. Iban a desmantelar toda la operación. Estaba todo perdido. Sólo me quedaba intentar huir y no ser pillado. Mientras veía cómo se acercaban las patrullas, mi mente iba a mil por hora buscando una salida. Ante lo que se venía encima, hice un cambio de sentido y comencé a acelerar. Debía ponerme a salvo, abandonar el Land Rover y dejar al operario secuestrado a salvo, pues no quería matarle ni hacerle daño. En el fondo no era tan mala persona, o eso pensaba.

Así que opté por adentrarme en la terminal de carga como había hecho Fredy 10 minutos antes. Mientras iba hacia allí, pude ver por el retrovisor cómo explosionaba el tercer camión con la mercancía. A su vez, observé cómo algunos coches patrulla volaban por los aires debido a la onda expansiva que se había generado, explotándo también en el acto y haciendo el accidente mucho mayor. Eso se había convertido en una carnicería. En un sin fin de explosiones y extremidades volando por doquier.

Me adentré por fin en la terminal de carga. Bajé del coche y saqué al operario del maletero. Le desaté y le retiré la mordaza de la boca y le pedí disculpas. Me sentía tan mal que le recompensé con 10.000 euros que llevaba en billetes grandes en mi cartera, al menos, para compensar un poco el daño que le había ocasionado. Posiblemente yo moriría esa madrugada, así que el dinero estaría mejor con ese buen hombre.

Eché a correr por entre los contenedores como le había visto hacer a Fredy. Trataba de buscarle para huir de allí juntos y empezar de nuevo en otro lugar. De repente me dispararón. La bala impacto en el contenedor que tenía a mi espalda, a pocos centímetros de mi cabeza. Me agaché, y miré enderredor para ver de quién se trataba. Posiblemente el topo que quería entregarme me había seguido y seguía con su plan de entregar mi cabeza a la Mafia. A estas alturas, seguramente aceptaría la entrega vivo  o muerto dadas las circunstancias, así que el individuo en cuestión parecía no andarse con rodeos. Pero fijé la vista en una silueta no muy lejos de mí y pude ver a mi amigo Fredy apuntándome con la pistola. 

No le culpaba, al fin y al cabo le había metido en un marrón del que no saldríamos impunes. Nos esperaban muchos años de carcel, con suerte, si no terminabamos muertos esa misma noche. Pero traté de calmarle. Le insté a que se acercara a mí y hablaramos de la situación. Él se acercó con cautela, pues sabía que yo también iba provisto de un par de pipas por si las mocas.

Le insistí en que se sentara a mi lado y le ofrecí un cigarrillo. Posiblemente sería el último de nuestras vidas. Ambos cogimos el pitillo con ansia, intentando calmar los nervios. Oliendo el final de la desastrosa película que yo sólo había dirigido. Gran director, brillante interpretación... y ¡¡¡menudos efectos especiales!!!.

Pero entonces Fredy apagó su cigarrillo, se puso en pie y volvió a apuntarme con la pistola. Esta vez iba en serio, lo veía en sus ojos llenos de ira, llenos de miedo. Iba a matarme, pero yo me negaba a morir esa noche. Lancé el cigarrillo por los aires apuntándole a él, y conseguí tirarselo a los ojos, por lo que se distrajo un momento y yo pude echar a correr. A medida que iba abanzando por entre los contenedores, trataba de encontrar alguno abierto o fácil de abrir para poder esconderme. Mi colega me pisaba los talones, y no vacilaba ni un sólo segundo. No dejaba de apuntarme con la pistola por si conseguía tenerme a tiro. 

De repente, me subió tanto la adrenalina que comencé a pasarmelo bien. Empezaba a disfrutar la situación. Volvía a sentirme el amo del mundo. Me sentía con más fuerza que nunca, lleno de vida. Un maldito heroe. Un psicópata suelto por allí, armado con dos pipas cargadas, y con mucha sed de venganza. Sed de sangre. La amistad con Fredy se había esfumado. Él la había roto. Y yo lo aceptaba. Me alegraba de que ya no fuera mi amigo. No quería amigos. Quería vivir solo el resto de mi vida. Ser el malo de la película y salir ganando siempre. Porque sí. Porque se puede. En la vida real no siempre ganan los buenos. Ellos al final palman. Se los comen con patatas. Y allí estaba yo, en el Puerto, corriendo entre contenedores. Embadurnado en sudor, con el pelo pegado a la cara por el sudor. 

Oí disparos. Fredy atacaba de nuevo. Ay, Fredy, Fredy; te has metido en la boca del lobo... Lo siento mucho amigo... pero se acabó... Fue bonito mientras duró, y fue bonita nuestra amistad...

Desenfundé las dos pistolas, me di la vuelta inesperadamente, sorprendiéndole de repente y disparé como un maldito loco con ambas a la vez, gritando en el transcurso de los hechos, soltando toda la ira que me invadía. Liberando a mi verdadero ser. 

Finalmente Fredy se desplomó en el suelo. Le había cosido a balazos. Comencé a reirme a carcajadas, regocijándome de lo ocurrido. Pero entonces, como buen zorro astuto que me di cuenta que era, comencé a correr para salir de allí y comenzar una nueva vida...

Querídos amigos, han pasado ya 5 años desde lo ocurrido. Os escribo desde Hawai. Aquí se está bien, he conseguido sobrevivir y vivir cómodamente a base de pequeños robos. Ya no me dedico al trafico de drogas, pero sigo estando en busca y captura, cómo no. La Interpol me busca, todos me buscan. Han puesto precio a mi cabeza, pero ya no me sorprende, porque mi cabeza ya tenía precio anteriormente. Disfruto viendo a diario mi cara en los telediarios, y cambiando de ciudad y País cada cierto tiempo. Esta vida me encanta. Con esto os demuestro que el malo sí puede ganar, no esperéis llegar a algo en esta vida siendo angelitos.

FIN