domingo, 25 de enero de 2015

Ulín, el duendecillo



Pepín era un niño de 7 años, muy tímido, que no tenía amigos.
Sus padres habían decidido que iban a mudarse a otro lugar, ya que el trabajo de su padre así lo requería.
Al pequeño Pepín, la decisión de sus padres no le afectaba, le traía sin cuidado. Nunca protestaba por nada. Siempre estaba conforme con todo lo que ellos decidían.
Al no tener amigos en la ciudad, le pareció una gran idea el hecho de tener que mudarse. Quizás allí encontrara amigos. Sólo deseaba con todas sus fuerzas tener un amigo. Uno sólo, pero bueno. Íntimo. Que fuera como su alma gemela. Como el hermano que nunca había tenido.

La familia entera se mudó a un precioso chalet en la otra punta del País. La casona tenía un gran jardín en la parte delantera, y otro pequeño detrás. Este último destinado para tender la ropa e incluso para sembrar una pequeña huerta.

Estuvieron cerca de hora y media sacando todas sus pertenencias del camión de mudanzas y colocándolas en la nueva casa. Cuando terminaron, era tal el agotamiento que tenía el pequeño Pepito, que se tiró de espaldas a las largas hierbas del descuidado jardín delantero. Y allí tumbado, mirando las nubes, se quedó dormido.

Al despertar, ya casi había anochecido. Notó que el rocío del atardecer le había dejado el cabello húmedo, casi podría decirse que estaba mojado.

Cuando Pepín abrió los ojos, vio que tenía algo posado en la nariz. Una pequeña mariposa parecía estar mirándole con detenimiento. El niño se incorporó lentamente para no espantarla y poderla coger.
Y entonces vio que en su mano derecha descansaba otra mariposa. Se acercó la mano lentamente a la cara para poder observarla de cerca, y de repente la que se encontraba posada en su nariz, voló y fue a parar al lado de la que reposaba en la mano de Pepín.
Entonces se dió cuenta de que eran dos mariposas idénticas. Era tal la dulzura que le provocó esa estampa, que trató de sacar su teléfono móvil para sacar una foto a tan extraña situación, pero entonces las mariposas comenzaron a volar en círculos ante él. 
Cada vez volaban más deprisa y Pepín ya les había perdido la pista, pues era imposible distinguirlas a tal velocidad. Y de pronto las lindas mariposas se desvanecieron  y apareció un pequeño duendecillo tan diminuto como una pelota de ping pong.

Pepín no daba crédito a lo que estaba sucediendo. Comenzó a creer que aún no había despertado de su improvisada siesta en el jardín. Pero no era así. Estaba muy despierto. Todo lo que estaba presenciando era real.
Con los ojos como platos y la boca abierta de par en par, seguía sin asimilar lo que estaba viendo. Los duendes existían. Algo en lo que nunca había creído era real. Se quedó observando atentamente al extraño ser, a la espera de que hiciese o dijese algo. Y entonces el duende comenzó a hablar.

-Hola Pepín. Me llamo Ulín y soy un duendecillo que tú has creado a través de tus sueños. Soy tu yo interior, ese yo tímido que tienes. Tengo que decirte que este cambio de ciudad, de casa y de colegio es superior a mí, y por ello he decidido abandonar tu cuerpo, pues no me siento cómodo en este lugar.
Espero que a partir de ahora todo te vaya muy bien en el colegio, y que puedas hacer todos los amigos que desees.
No pienses que estuve contigo para hacerte sufrir. Al contrario. Estuve dentro de tí para enseñarte que la amistad implica mucho más que ser un gran grupo de niños con los que salir a jugar. Implica complicidad, sinceridad y estar en buenos y malos momentos. Y durante todos estos años te he enseñado que todos los grupos de amigos en el colegio, realmente no eran amigos de verdad. Recuerda Pepín, en un grupo de amigos no hay un líder. Todos son por iguales. Todos deben estar cómodos.

Y de repente, el duende se esfumó y las dos lindas mariposas aparecieron de nuevo, revoloteando ante él. Comenzaron a volar alto y desaparecieron también. Pepín, asombrado, entró en casa y continuó con sus quehaceres.

El primer día del pequeño Pepito en el nuevo colegio no fue tan malo como lo esperaba. Allí todos los compañeros parecían agradables. Eran amistosos con él.
A la hora del recreo, todos le esperaron y le recibieron con calurosos abrazos. Con los brazos abiertos. Como él siempre había soñado. Éste comportamiento le alarmó, ya que no estaba acostumbrado a ese trato. Pero poco a poco se fue dando cuenta de que en esa ciudad todo el mundo era agradable. Todos eran felices. Él tenía amigos. No tenía líder. Todos eran iguales.
Por fin había encontrado su lugar. Y entonces comprendió las palabras del duendecillo Ulín. De su duende interior. Aprendió a valorar la amistad.


FIN

domingo, 18 de enero de 2015

El último Safari



Se acercaba el verano y por primera vez en tres años, trabajando sin descanso, iba a coger mis primeras vacaciones junto a mi marido.
Llevábamos tres años y medio casados y en todo este tiempo sólo nos habíamos dedicado a trabajar día y noche para poder comer, hacer frente a la hipoteca y pagar las facturas.
Nunca nos habíamos dado un capricho. Ahorrábamos cada céntimo como si en ello nos fuera la vida. Pero aún así éramos felices porque nos teníamos el uno al otro. Nos veíamos poco, pero el tiempo que pasábamos juntos lo aprovechábamos al máximo para ir a cenar juntos, ir al cine, o símplemente para quedarnos en casa viendo una película acurrucados en el sofá.

Una mañana más, nos levantábamos para ir a trabajar. Eran las 7:00 AM. Preparé el café para los dos y salimos de casa juntos rumbo a nuestras respectivas oficinas.
Al llegar al portal, algo nos llamó la atención. De nuestro buzón sobresalía una revista.
El resto de buzones estaban vacíos y el día anterior ya habíamos recogido nuestra correspondencia. Era muy raro que a las 7 de la mañana nos encontráramos el buzón ocupado por una revista. Pero igualmente la cogimos para ojearla en el metro.

En primera plana de la revista había un titular que nos llamó mucho la atención: "Safari por África: conviértete en africano durante una semana". Nos pareción un titular gracioso y continuamos leyendo en las páginas interiores la descripción del viaje.
Nos gustó tanto la idea que decidimos acercarnos, después del trabajo, a la agencia de viajes en cuestión para que nos facilitaran más información.

Y así lo hicimos. Folleto en mano, entramos en la agencia y salimos con dos billetes de avión para África. Serían dos semanas fantásticas. Como una segunda Luna de Miel. Por fín solos, en otro lugar, desconectados del trabajo, de la rutina, de todo.

10 de julio. Con las maletas cargadas en el portaequipajes de nuestro coche, nos pusimos rumbo al aeropuerto.
Una vez allí, facturamos las maletas y esperamos a que nos llamaran para montar en el avión. Unas catorce largas horas de viaje nos esperaban. Pero fuimos con tantas ganas que se nos hizo ameno viendo la famosa serie "The Walking Dead" en la tablet.

Al llegar a África, lo primero que hicimos fue buscar a nuestro guía español, Rober, para que nos llevara al hotel. Al parecer, pasaríamos esa primera noche allí para reponer fuerzas del largo viaje y relajarnos en el spá acompañados de fresas y champagne.

Al día siguiente recogimos nuestras cosas y nos condujeron a la cabaña que sería nuestro hogar esas dos semanas siguientes.
La experiencia consistía en vivir como lo hacían las tribus de allí. Incluso con los mismos atuendos que ellos. Además iríamos de Safari.

Un día montamos en jirafas, medianamente amaestradas. Al día siguiente fuimos en un todoterreno oxidado a ver animales por la selva. Pudimos ver leones, guepardos, y sobre todo muchas especies de reptiles. Aprendimos también las costumbres de la tribu. Comimos insectos asados en una hoguera improvisada, etc. 

Pasaban los días y nuestra experiencia estaba siendo muy gratificante. Sentíamos que estábamos creciendo como personas. Empezamos a valorar todo lo que teníamos y que hasta ahora no habíamos dado la importancia suficiente. 
También nos sentíamos afortunados de tener un colchón en el que dormir en nuestra casa. Cuando las largas noches en el suelo se volvían insoportables nos acordábamos de nuestra cómoda cama. Cada día el dolor de espalda era más intenso, pero al final terminamos acostumbrándonos.

Pero los días allí, comenzaron a pasarnos factura físicamente. A pesar de que estábamos disfrutando como nunca, habíamos perdido las fuerzas y nos costaba caminar. No podíamos ir a cazar porque nos fallaban las piernas y nos pesaban los brazos.

Un atardecer, cuando ya nos retirábamos a nuestras cabañas, después de un largo paseo por la selva, el guía de la tribu, un africano con muy mal humor llamado Kwame, nos informó de que el camino de vuelta al campamento que tomábamos habitualmente estaba cercado con vayas, ya que al parecer merodeaba un peligroso león por los alrededores.
Como consecuencia, tuvimos que ir por otro camino más largo y más inseguro.

Mi marido y yo estábamos exhaustos de tanto andar descalzos entre piedras y maleza. Pero Kwame nos dijo que ya faltaba muy poco para llegar al campamento así que reunimos las pocas fuerzas que nos quedaban para seguir adelante.
Sólo teníamos que cruzar un viejo puente y en diez minutos estaríamos en nuestra cabaña descansando.

Una vez llegamos al puente, el guía nos advirtió de que debíamos pasar uno a uno, y mirando bien por donde pisábamos, ya que muchas de las tablillas de madera estaban podridas por la lluvia y por el deterioro al paso de los años. Era un puente de 150 años de antigüedad que había soportado muchas cargas en su época de máximo tránsito.
Explicado todo esto, comenzó a pasar primero el guía para mostrarnos cómo y dónde debíamos pisar.
La siguiente en pasar fui yo. El puente se tambaleaba mucho a cada paso que daba, parecía muy inseguro, pero si el guía había pasado, nosotros también lo lograríamos.
Fuí poco a poco, paso a paso. Casi al final del puente, pisé una de las tablillas podridas y se partió. Pero logré sujetarme sin problemas. Ahí fue cuando me dí cuenta de la altura que había. Miré hacia abajo y ví un largo río pedregoso que quedaba  muchos metros por debajo de la pasarela.
Volví a fijar la vista en el guía, que nos apremiaba a que pasáramos, pues se hacía denoche muy deprisa.

El último en pasar fue mi marido. También se tambaleaba el puente a su paso. Vaciló un instante antes de continuar y cuando retomó el paso, de repente se partieron las tablillas que estaba pisando y cayó.
Kwame, alarmado, salió a su encuentro arriesgando su vida. Mientras mi marido se había conseguido agarrar a una cuerda. Pero si Kwame no se daba prisa, se caería al río.
Yo estaba muy asustada. No conseguía reaccionar, sólo lloraba desconsoladamente y gritaba al guía para que se diera prisa en rescatar a mi marido. Pero de pronto lo que ví me impactó tanto que algo en mi interior me dijo que saliera corriendo y así lo hice.

Ví cómo el guía le tendía la mano a mi marido y éste se la dio deseando ser rescatado. Y de repente, Kwame le soltó y acto seguido profirió un grito aberrante. Como si estuviera invocando al mismísimo diablo. Mientras tanto, yo veía cómo mi marido caía al vació y le perdí de vista al llegar al río.

Comencé a correr hacia el campamento, con la intención de coger mis cosas y marcharme al hotel.
De pronto, el demonio africano comenzó a perseguirme, mientras continuaba gritando de ese modo tan raro. Y al momento pude ver que de entre los árboles salían todos los miembros de la tribu. Iban todos a por mí. Pero logré escapar de ellos y me dirigí por fin al hotel.

Allí me encontré con nuestro gruía español, Rober. Y al ver mi cara de terror y que venía sola, sin mi marido, me llevó en volandas al coche y salimos de allí tan rápido como pudimos.
Entonces, ya de camino al aeropuerto, Rober me confesó que el verano anterior una pareja hizo el mismo viaje, y ninguno de los dos volvió. Desaparecieron allí. Se especulaba que era una tribu caníval o algo por el estilo, porque la Policía investigó los hechos y no encontró ni rastro de la pareja.

Yo aterrada comencé a llorar de impotencia. Cada vez era más consciente de lo que me acababa de suceder. De que me había quedado viuda. no daba crédito. Parecía todo un mal sueño. Pero era la cruda realidad.

Pasaron los meses. Meses en los que me dediqué a investigar por internet a estas malditas tribus. Y les descubrí. Descubrí que eran tribus satánicas. De ahí el grito que profirió el guía Kwane cuando mi marido cayó al vacío. Ese grito significaba el sacrificio de un hombre para rendirle homenaje a Satanás.
Entonces me resigné a todo lo que había pasado, y caí en una gran depresión de la que nunca conseguí salir.

Y cada verano de mi vida que pasé sola, recibí la misma revista, en la misma fecha, la misma portada, como si de un eterno deja vú se tratase. Pero esta vez sola, hasta que me cansé y decidí reunirme con mi marido para siempre.

FIN

domingo, 11 de enero de 2015

Cumpleaños feliz


Miércoles 10 de septiembre de 2008.
Era un día muy caluroso. El termómetro de la farmacia de mi barrio marcaba 35°C. Bonito día para comenzar una jornada tan especial y esperada. Mi primer día de Universidad.
Por un lado, sentía una inmensa alegría y muchísimas ganas de empezar esa nueva etapa que probablemente marcaría un antes y un después en mi vida; pero por otro lado, sentía cierto temor a lo nuevo. Sentía miedo al rechazo. Al mismo rechazo con el que me habían recibido mis compañeros, primero en el colegio y después en el instituto.
A pesar de estos sentimientos encontrados, decidí olvidarme de todo e intentar empezar de cero. Al fin y al cabo, siempre hay alguien dispuesto a ser tu amigo, aunque sólo sea una persona.
Dejé de darle tantas vueltas al asunto y busqué mi ropa más elegante y, por supuesto, de moda para estar guapa y poder causar una buena impresión a los que serían mis nuevos compañeros durante cuatro largos años.
Me agencié una carpeta, un taco de folios y un bolígrafo y salí de casa con paso decidido hacia la parada del autobús.
Cuando llegué al Campus busqué el aula en la que sería la presentación de mi carrera, "Ingeniería Informática".
Al entrar en élla, vi que aun no había llegado nadie, así que entré y me senté en la última fila. Pronto comenzaron a entrar todos. Parecían agradables, diferentes a mis compañeros del instituto y pensé que esta vez era mi oportunidad de tener muchos y buenos amigos. Pero por desgracia no fue así.
Rápidamente se hicieron grupitos y yo me volví a quedar sola, como de costumbre. No conseguía reunir el valor suficiente para acercarme a ellos y presentarme, darme a conocer. Pero igualmente ellos tampoco se molestaron en saber de mi.
Pronto empecé a oir cuchicheos y esas molestas miradas de reojo, y mi aventura de ir a la universidad se terminó convirtiendo también en una pesadilla.
Pasaban los días y la situación no mejoraba hasta que un día, pasadas tres semanas del comienzo del curso, se incorporó una chica nueva a la clase.
Se llamaba Luna. Era una chica un tanto escuálida y larguiducha, con aspecto enfermizo. Tampoco era muy agraciada, (ya teniamos un punto en común, pues yo tampoco me consideraba una belleza).
Puesto que todo el mundo tenía compañero de pupitre excepto yo, Luna se acercó tímidamente a mi mesa y me pidió permiso para sentarse a mi lado. Yo de muy buena gana sonreí y la invité a que tomara asiento.
Por suerte, comencé a forjar una bonita amistad con esta chica. Cada día que pasaba éramos más amigas y nos dábamos cuenta de que teníamos muchísimas cosas en común. Ahora las miradas furtivas de toda la clase estaban puestas en ambas. Éramos los bichos raros de la clase, pero pronto dejó de importarnos porque ya no estábamos solas. Nos teníamos la una a la otra.

Luna sentía una empatía enorme hacia mi. Entendía a la perfección cómo me sentía cuando me marginaban mis compañeros. Y yo he de decir que era la primera vez que empatizaba de esa manera con alguien, porque también me ponía en su piel y veía que ambas habíamos pasado por lo mismo. Por primera vez tenía una verdadera amiga y comenzaba a ser feliz.

Se acercaba mi cumpleaños, el 15 de octubre y Luna tenía preparado algo muy especial para mi.
Después de clase me citó para vernos en la biblioteca, y hacia allí me dirigí, llena de júbilo, nerviosa y con una intriga inmensa.
La localicé al fondo a la izquierda, como ella me había indicado en el post-it que me dejó en el pupitre. Me esperaba con su portátil abierto. Cuando llegué, tome asiento a su lado y ella comenzó a hablar:

- Miriam, en estos últimos meses has significado para mí más que cualquier persona. Te quiero, te estimo y, por ello, quiero darte las gracias por todo este tiempo mostrándote la puerta que nos llevará a la felicidad.

Después de este pequeño discurso la abracé y le apremié para que me mostrara lo que quería enseñarme. El corazón me latía tan fuerte que parecía que en cualquier momento se me iba a salir por la boca.

Presté mucha atención y ví cómo tecleaba una dirección a través de Google, "www.elarcoirisfeliz.com".
Entró en la página y me mostró, pasando por encima el puntero del ratón, un hipervínculo rojo llamado "arcoíris", acompañado en la parte superior con una ilustración del mismo.
Me preguntó si estaba preparada para abrirlo y descrubrir la sorpresa juntas y yo asentí enérgicamente.

Pinchó sobre dicho hipervínculo y de repente toda la biblioteca se llenó con los siete colores del arcoíris. Ella me agarró con fuerza de la mano y me susurró al oído:

- Bienvenida a mi mundo, Miriam. Este es el País de la Felicidad, donde tus desgracias se disiparán y tus alegrías crecerán.
En este lugar sólo existe el bien y las personas buenas, y tú llevas deseando esto desde que tienes uso de razón.
Ahora escúchame atentamente, pues te formularé una pregunta, y según la respuesta que des, elegirás tu destino.
Miriam, ¿quieres quedarte en el País de la felicidad para siempre conmigo?.
Esta es una dimensión paralela a la que vivimos, donde la vida es eterna y llena de felicidad. Si eliges seguir con tu vida, desapareceré para siempre y dejaré que continúes con tu rutina de constantes penurias y tristeza.
Tienes dos minutos para darme una respuesta.

Sin salir de mi asombro, noté que unas cálidas lágrimas brotaban de mis ojos e iban muriendo en las comisuras de mis labios. Realmente no veía otra salida. Luna me había enseñado lo que significaba la verdadera amistad, el amor, compartir secretos.... todo. Y de repente sentía miedo al pensar que todo eso podía desaparecer de repente, que se esfumaría todo con ella. 
No quería volver a la cruda realidad, a enfrentarme con las miradas, las risitas y los cuchicheos de mis compañeros. Volver a la eterna soledad, a la tristeza. A no encontrarle sentido a la vida.
No entendía lo que estaba sucediendo. Por qué un simple link de una página web había abierto una dimensión paralela en la que me encontraba con Luna. El País de la Felicidad lo llamaba. Y sí, ese parecía ser mi regalo de cumpleaños. Sin darle más vueltas, al ver la cara de impaciencia de mi amiga contesté:

- Sí, me quedo contigo en este lugar. Gracias a tí hoy soy feliz, y estoy dispuesta a dejarlo todo con tal de no volver a ser la chica marginada y triste que siempre he sido.

Luna se acercó lentamente a mí, y me dio un fuerte y prolongado abrazo. Las paredes se desvanecieron de repente, y me encontré en un misterioso lugar donde todo era blanco y se respiraba felicidad.


FIN


domingo, 4 de enero de 2015

La leyenda del búho marrón


Una cálida tarde de verano me encontraba sentada en el sofá de mi salón viendo la televisión. Mientras tanto, pensaba en el título que le pondría a mi recién escrita novela, pero no se me ocurría nada que tuviera gancho. Pasaban las horas y allí seguía yo sin ideas, con la cabeza vacía, sin vida.

De repente oí un fuerte estruendo que procedía del piso de arriba. Me levanté perezosamente del sofá y subí despacio las escaleras, en cierto modo con un poco de miedo en el cuerpo. 
Al llegar arriba, entré en mi habitación por inercia y cuál fue mi sorpresa cuando fijé la vista en la ventana. Un enorme búho de plumas blancas y marrones se hallaba posado en la repisa de mi ventana, con sus grandes y penetrantes ojos puestos en mí.
Vacilé un instante, pero finalmente me dirigí a prisa hacia mi escritorio y cogí un lapicero y una libreta para tomar apuntes, y al fin conseguí el ansiado título para mi ya escrita novela: "La leyenda del búho marrón".
Casualmente, dicha novela trata sobre una leyenda que pocos conocían, pues era bastante antigua y con poca credibilidad, en la que se auguraba que si un búho llevaba en sus patas una onza de chocolate y alguien conseguía cogerla y comerla, conseguiría poseer enormes alas para poder volar eternamente.
Obviamente, esa leyenda no existe, pues sólo se trata de un simple cuento infantil que pretendía que me lanzase a la fama como una nueva promesa de la literatura infantil.

Cuando volví en sí, después de estos pensamientos que me vinieron a la cabeza sin saber por qué, me dejó de piedra lo que vi a continuación.

Una vez escrito el título en la libretita, volví a dejarla donde estaba. Al volver a mirar con detemimiento al majestuoso búho, vi con total claridad que en su pata izquierda portaba una onza de chocolate atada con una pequeña cuerdecita. Sin salir de mi asombro, abrí con sumo cuidado la ventana para no espantar al curioso ser alado, y para mi asombro me dejó desatar la cuerda sin mostrar signos de inquietud o molestia.

En ese momento, con el chocolate en mis manos, comencé a sentirme como el protagonista de mi propio cuento y sin pensarlo me llevé la onza a la boca, masticándola con ansia a la espera de que todo fuera una estúpida broma de algún vecino tarado, o simplemente una tonta coincidencia. Pero de repente, caí en un estado de sopor. Noté como si me hubieran hipnotizado. Era una sensación nueva para mi. Nunca había experimentado nada igual. Inconscientemente me dirigí de nuevo al piso de abajo. crucé el salón y me detuve frente a la chimenea. 

Para mi sorpresa, mis pies echaron a andar solos y se adentraron en la chimenea, obligándome a agacharme para no darme en la cabeza con la piedra.
Después perdí el conocimiento, me perdí en las sombras, en la oscuridad. Y cuando volví a despertar un fuerte dolor en la espalda me invadió, pero pronto quedó en un segundo plano al descubrir que unas enormes alas de búho habían brotado de mi espalda. Recobré del todo el conocimiento, y entonces fui consciente de lo que estaba sucediendo.
Por un instante experimenté la mejor sensación del mundo, la libertad y la paz que se siente al volar. Era feliz. Estaba sobrevolando la ciudad. Pero entonces caí en la cuenta de que algo no iba bien. Me acordé de la historia de mi novela, en la que volar no era precisamente libertad. Empecé a sentir ansiedad e intenté descender, para pisar tierra firme y despertar de esta pesadilla, pero fue imposible. Estoy condenada a volar toda la eternidad...


FIN

jueves, 1 de enero de 2015

¡¡¡¡¡Bienvenidos a todos!!!!!

Hola a todos!!
Primero de todo quiero presentarme. Mi nombre es Janire, soy periodista e informática y adoro la lectura. Por esto último, tras darle unas cuantas vueltas decidí que ya era hora de volver a abrir un blog, pero esta vez de verdad, para mimarlo y alimentarlo de publicaciones periódicas.
En esta época de crisis pienso que hay que intentar hacer todo lo posible por distraerse y no pensar en lo mal que nos está yendo, por ello, mi distracción será dedicarme a este Blog con todo el cariño del mundo.

El objetivo principal del Blog es desarrollar mi imaginación, poder expresar en cuentos mis preocupaciones o mis alegrías; busco de algún modo la LIBERTAD.

Este Blog será dedicado a historias, novelas, pequeños relatos, etc. acompañados, la mayor parte de las veces, de algún dibujo ilustrativo hecho por mí.
Soy consciente de que los seguidores son difíciles de conseguir, pero a medida que vayamos siendo más aquí, interactuaré con todos vosotros. Mi idea es animaros a que hagáis algún dibujo y cada semana escogeré el que más me guste para inventarme una historia sobre dicho dibujo. Además las sugerencias serán bienvenidas, dado que en estas cosas, el público manda en cierta medida, ya que sin vosotros, esto no sería posible.

Sin más dilación me despido hasta la próxima publicación, deseando que cada vez seamos más, y esto llegue a ser una gran comunidad.

Un saludo y hasta otra!