domingo, 14 de mayo de 2017

Un ajuste de cuentas

La promesa estaba rota, ya no había vuelta atrás. Esta vez estaba metido en un buen lío y no sabía cómo iba a conseguir salir de él. Ya era tarde para retractarme e intentar hacerle entrar en razón. Sólo tenía una oportunidad de salir con vida de semejante situación.

La cabeza me daba vueltas y no conseguía concentrarme y pensar con claridad, así que instintívamente eché a correr lo más deprisa que pude. Me encontraba en el interior del Puerto que hay en mi ciudad. Había conseguido burlar las medidas de seguridad haciéndome pasar por un trabajador más. Para ello, previamente había tenido que secuestrar a un operario para robarle su uniforme y acreditación, dejándole metido en el maletero de su coche en el transcurso de los hechos. Corría sin parar entre los contenedores de la terminal de carga, tratando de despistar a Fredy.

El que, hasta entonces, había sido mi mejor amigo, en ese momento quería matarme y con razón. Prometí no fallarle nunca. Prometí que él no se vería envuelto en la mayor operación de narcotráfico jamás vista en toda Europa, desgraciadamente organizada por mi. Había prometido sacarle de la pobreza. Que su familia no volviera a pasar hambre jamás y que no les faltara un buen hogar en el que vivir, pero mi codicia había llegado a tal nivel que la situación se me había ido de las manos y no tenía arreglo.

La operación en un primer momento, iba a consistir en la llegada de un barco de chatarra, procedente de Marruecos, en el que entrarían camufladas 10 toneladas de cocaína. No iba a ser una operación arriesgada, ya que era lo habitual y no solía ser confiscada la mercancía. Solían hacer la vista gorda, o simplemente no lo detectaban. El error de todo esto estuvo en mi ambición por ganar más dinero en poco tiempo. Lo veía fácil, me veía valiente, me creía el mejor y quería pasar a la posteridad como uno de los mayores narcos de la historia, así que decidí que en lugar de un barco, entrarían tres, con 10 toneladas de mercancía cada uno. Pero para ello necesitaba que Fredy se involucrase más en la operación, hasta el punto en el que él debería ir infiltrado en uno de esos barcos para asegurar que nadie descubría nuestro "pequeño" secreto. 

Al llegar los tres barcos al puerto, cada uno a distintas horas para no levantar sospechas, comenzaron con la decarga de la chatarra de cada uno de ellos. Como eran grandes embarcaciones, iban a tardar entre 2 y 3 días en descargar toda la mercancía, por lo que teníamos tiempo de sobra para realizar la descarga de nuestro material. 

Entrada ya la noche, sobre las 12 aproximadamente des tercer día de descarga,  nuestro equipo de operaciones entraba en acción con los camiones y las grúas para sacarlo todo. Tenían 5 horas para realizar la extracción completa de cada uno de los barcos. Imaginaros cuántos estábamos involucrados en la operación. Era grande, muy grande. Una obra maestra. 

Mientras todos trabajaban, Fredy y yo íbamos supervisándolo todo y vigilando que la policía portuaria y la Guardia Civil no se acercasen al lugar de los hechos. A algunos tratábamos de despistarles, y a otros símplemente les teníamos comprados para que no hablasen.

Todo estaba saliendo a pedir de boca, eran las 4:15 de la madrugada y la carga de los camiones estaba casi finalizando. Fredy y yo nos estábamos echando un cigarrillo apoyados en el Land Rover que había robado previamente, y en cuyo maletero se encontraba el operario secuestrado por mí, mientras divisábamos el panorama y soñábamos con lo que haríamos después con el dinero. Imaginábamos a qué país nos iríamos a vivir, qué casa comparíamos, a qué nos dedicaríamos. Fredy quería tranquilidad, se retiraría a un pueblecito de Méjico, para vivir en el campo y dedicarse al cultivo de hortalizas. Él sólo quería una buena vida tranquila, alejada del bullicio de las grandes ciudades, y poderles pagar a sus hijas unos buenos estudios para que llegasen a lo más alto.

Yo en cambio no quería eso. No me conformaba. Pretendía seguir organizando operaciones de esa magnitud, e incluso más grandes. Quería dominar el mundo. Sería el Dios del cártel en Europa, y más tarde del mundo entero. Conquistaría otros Continentes, hasta ganarme el respeto de todos los narcotraficantes del mundo. Sí, estaba flipado, muy flipado, pero todo estaba saliendo tan bien que me parecía una posibilidad muy real. Ya me imaginaba con mansiones por doquier, con cristaleras enormes, piscinas quilométricas, sol, playa, grandes fiestas con los peces gordos y un largo etcétera. Me creía el típico protagonista de una película de este estilo, solo que yo no acabaría acribillado a balazos como solía pasar en los filmes.

Finalizada la carga, mi equipo, Fredy y yo nos disponíamos a abandonar el puerto con la mercancía, para realizar la entrega y cobrar nuestra fortuna, cuando las cosas se torcieron. De repente hubo una fuerte explosión, y pude ver por el retrovisor del Land Rover cómo uno de nuestros camiones explotaba, volando todo por los aires. Mi preciada mercancía estaba volando por los aires envuelta en llamas. El camionero no me importaba lo más mínimo. Un trasero menos que pagar. Más para repartir. Pero mi cocaína estaba ardiendo. Mis 10 toneladas se habían ido al carajo. 

Tratando de no perder la calma, y antes de que el lugar se llenase de policía, ordené a través del walkie talkie al resto de mis hombres que aligerasen para salir de allí cuanto antes. No podíamos permitirnos perder más mercancía. Aún nos quedaban 20 toneladas y debíamos ponerlas a salvo o si no nos coserían el culo a balazos en la entrega. Pero entonces otro camión explotó del mismo modo que el anterior. El pánico empezó a apoderarse de Fredy, quien se tiró del coche en marcha y comenzó a correr adentrándose en la terminal de carga y perdiéndose entre contenedores para no ser visto. Había abandonado. Ahora yo estaba solo ante el peligro y no sabía cómo iba a terminar todo.
Alguien nos había engañado. Teníamos un infiltrado en el grupo que se había dedicado a poner bombas para que la entrega no se hiciese efectiva. Estaba seguro de que alguien había puesto precio a mi cabeza, y mi fin se estaba acercando. Tenía que hacer algo. Posiblemente el tercer camión explotaría en cualquier momento. 

De repente vi cómo se acercaban decenas de coches patrulla, tanto de policía portuaria, Guardia Civil, y de Operaciones Especiales. Iban a desmantelar toda la operación. Estaba todo perdido. Sólo me quedaba intentar huir y no ser pillado. Mientras veía cómo se acercaban las patrullas, mi mente iba a mil por hora buscando una salida. Ante lo que se venía encima, hice un cambio de sentido y comencé a acelerar. Debía ponerme a salvo, abandonar el Land Rover y dejar al operario secuestrado a salvo, pues no quería matarle ni hacerle daño. En el fondo no era tan mala persona, o eso pensaba.

Así que opté por adentrarme en la terminal de carga como había hecho Fredy 10 minutos antes. Mientras iba hacia allí, pude ver por el retrovisor cómo explosionaba el tercer camión con la mercancía. A su vez, observé cómo algunos coches patrulla volaban por los aires debido a la onda expansiva que se había generado, explotándo también en el acto y haciendo el accidente mucho mayor. Eso se había convertido en una carnicería. En un sin fin de explosiones y extremidades volando por doquier.

Me adentré por fin en la terminal de carga. Bajé del coche y saqué al operario del maletero. Le desaté y le retiré la mordaza de la boca y le pedí disculpas. Me sentía tan mal que le recompensé con 10.000 euros que llevaba en billetes grandes en mi cartera, al menos, para compensar un poco el daño que le había ocasionado. Posiblemente yo moriría esa madrugada, así que el dinero estaría mejor con ese buen hombre.

Eché a correr por entre los contenedores como le había visto hacer a Fredy. Trataba de buscarle para huir de allí juntos y empezar de nuevo en otro lugar. De repente me dispararón. La bala impacto en el contenedor que tenía a mi espalda, a pocos centímetros de mi cabeza. Me agaché, y miré enderredor para ver de quién se trataba. Posiblemente el topo que quería entregarme me había seguido y seguía con su plan de entregar mi cabeza a la Mafia. A estas alturas, seguramente aceptaría la entrega vivo  o muerto dadas las circunstancias, así que el individuo en cuestión parecía no andarse con rodeos. Pero fijé la vista en una silueta no muy lejos de mí y pude ver a mi amigo Fredy apuntándome con la pistola. 

No le culpaba, al fin y al cabo le había metido en un marrón del que no saldríamos impunes. Nos esperaban muchos años de carcel, con suerte, si no terminabamos muertos esa misma noche. Pero traté de calmarle. Le insté a que se acercara a mí y hablaramos de la situación. Él se acercó con cautela, pues sabía que yo también iba provisto de un par de pipas por si las mocas.

Le insistí en que se sentara a mi lado y le ofrecí un cigarrillo. Posiblemente sería el último de nuestras vidas. Ambos cogimos el pitillo con ansia, intentando calmar los nervios. Oliendo el final de la desastrosa película que yo sólo había dirigido. Gran director, brillante interpretación... y ¡¡¡menudos efectos especiales!!!.

Pero entonces Fredy apagó su cigarrillo, se puso en pie y volvió a apuntarme con la pistola. Esta vez iba en serio, lo veía en sus ojos llenos de ira, llenos de miedo. Iba a matarme, pero yo me negaba a morir esa noche. Lancé el cigarrillo por los aires apuntándole a él, y conseguí tirarselo a los ojos, por lo que se distrajo un momento y yo pude echar a correr. A medida que iba abanzando por entre los contenedores, trataba de encontrar alguno abierto o fácil de abrir para poder esconderme. Mi colega me pisaba los talones, y no vacilaba ni un sólo segundo. No dejaba de apuntarme con la pistola por si conseguía tenerme a tiro. 

De repente, me subió tanto la adrenalina que comencé a pasarmelo bien. Empezaba a disfrutar la situación. Volvía a sentirme el amo del mundo. Me sentía con más fuerza que nunca, lleno de vida. Un maldito heroe. Un psicópata suelto por allí, armado con dos pipas cargadas, y con mucha sed de venganza. Sed de sangre. La amistad con Fredy se había esfumado. Él la había roto. Y yo lo aceptaba. Me alegraba de que ya no fuera mi amigo. No quería amigos. Quería vivir solo el resto de mi vida. Ser el malo de la película y salir ganando siempre. Porque sí. Porque se puede. En la vida real no siempre ganan los buenos. Ellos al final palman. Se los comen con patatas. Y allí estaba yo, en el Puerto, corriendo entre contenedores. Embadurnado en sudor, con el pelo pegado a la cara por el sudor. 

Oí disparos. Fredy atacaba de nuevo. Ay, Fredy, Fredy; te has metido en la boca del lobo... Lo siento mucho amigo... pero se acabó... Fue bonito mientras duró, y fue bonita nuestra amistad...

Desenfundé las dos pistolas, me di la vuelta inesperadamente, sorprendiéndole de repente y disparé como un maldito loco con ambas a la vez, gritando en el transcurso de los hechos, soltando toda la ira que me invadía. Liberando a mi verdadero ser. 

Finalmente Fredy se desplomó en el suelo. Le había cosido a balazos. Comencé a reirme a carcajadas, regocijándome de lo ocurrido. Pero entonces, como buen zorro astuto que me di cuenta que era, comencé a correr para salir de allí y comenzar una nueva vida...

Querídos amigos, han pasado ya 5 años desde lo ocurrido. Os escribo desde Hawai. Aquí se está bien, he conseguido sobrevivir y vivir cómodamente a base de pequeños robos. Ya no me dedico al trafico de drogas, pero sigo estando en busca y captura, cómo no. La Interpol me busca, todos me buscan. Han puesto precio a mi cabeza, pero ya no me sorprende, porque mi cabeza ya tenía precio anteriormente. Disfruto viendo a diario mi cara en los telediarios, y cambiando de ciudad y País cada cierto tiempo. Esta vida me encanta. Con esto os demuestro que el malo sí puede ganar, no esperéis llegar a algo en esta vida siendo angelitos.

FIN

viernes, 16 de septiembre de 2016

Un martes 13 de muerte

 
Como cada mañana, me disponía a ir al trabajo. Nada nuevo, solo es martes 13, un día como otro cualquiera, pero al que muchos tememos.
"Martes 13, ni te cases ni te embarques", reza mi madre cada vez que coincide este día.
Yo siempre intento que sea un día normal, porque realmente lo es, pero no puedo evitar tener cierto temor a lo que pueda pasar en este día. Sí, soy supersticiosa y me gusta serlo. Me encantan los dichos o leyendas sobre pasar por debajo de una escalera, cruzarte con un gato negro, abrir un paraguas en un lugar cubierto, no prestar nunca sal a nadie... Me fascinan las cosas de brujas, lo sobrenatural, los zombis, la magia... Pero todos sabemos que nada de eso existe. Lo sabemos o lo creemos...

Salí de casa y me dirigí al garaje a sacar el coche para ir al trabajo. Todo bien, el coche estaba entero y arrancaba perfectamente. Primera prueba del día superada.
Conduje hasta la oficina con más cuidado que de costumbre, por si acaso. Llegué al edificio donde se encuentra mi oficina y por un momento un escalofrío recorrió mi espalda, subiendo hasta la nuca. Me imaginé que todos los trabajadores del edificio se habían convertido en zombis. Sí, lo sé, debo dejar de ver "The Walking Dead", me hace imaginarme demasiadas cosas raras. Incluso me gustaría verme en una situación así por un día. El fin de la existencia humana y un buen apocalipsis zombi. Suena raro, pero mi mente perturbada quiere probar lo que se siente estando en tal situación.

El caso es que entré en el edificio y comprobé que la gente era la de siempre y estaban como siempre, y eso me tranquilizó, aunque en cierto modo sentí una ligera decepción.

La jornada de trabajo transcurrió con normalidad la primera mitad del día. Un par de incidencias que resolver, rellenar unos informes y el cafecito de media mañana. Nespresso Caramelito... cómo lo echo en falta...

Recogí mis cosas y fui a casa a comer como cada día. Volvía a tener esa sensación de que algo no iba bien, pero sabía que estaba susceptible por ser martes 13. Así que intenté sacarme ese mal pensamiento de la cabeza. A decir verdad, esperaba que al llegar a casa hubiera pasado algo malo. Pero no fue así, por suerte. Otra prueba superada.

Ya solo faltaba la prueba final. El regreso a mi oficina a terminar la otra mitad de la jornada laboral y la vuelta a casa sana y salva. Al llegar a mi oficina me crucé con el tipo de la oficina de al lado. Como cada día me saludó con un "¡Hola vecina!". Es un hombre peculiar. En el edificio nunca se oye a nadie, está todo en silencio, pero cuando está él, ese silencio se desvanece. Se pasa el día hablando por teléfono. Sabe inglés, portugués, español... y vete a saber cuántos idiomas más. Parece un tipo inteligente y muy atareado. Cuando las cosas no le salen bien se le oye gritar. De su garganta profieren sonidos guturales, de agonía, de ira... sobrenaturales.

Nadie dice nada, nadie oye nada, pero yo que le tengo pared con pared le oigo. Y me inquieta. Nunca he escuchado nada igual. Pero bueno, ya estoy acostumbrada a sobresaltarme cada vez que grita.

Esa tarde escuché una conversación que él mantuvo por teléfono. Trabaja en una empresa de químicos y alimentación o algo así y nunca entiendo de qué habla. Pero esta vez escuché con claridad. Vaya que sí lo escuché... Hablaba de un experimento que estaban haciendo con unos cienpiés caseros. Sí, de esos blancos y gorditos con las patas extremadamente largas y que corren como alma que lleva el diablo.
Esos bichos había sido genéticamente modificados para morder. Porque los auténticos insectos de este tipo no muerden. El caso es que dijo que les habían inyectado el virus NH5UV y que iban a probar qué reacción daba si el cienpiés mordía a una persona.

"No es mortal", le escuché decir. "En teoría y si mis cálculos son correctos, estamos ante una vacuna de inmortalidad". Al escuchar eso, se me cayó el vaso de café que me estaba tomando, poniéndome el pantalón perdido. Pero bueno, era un mal menor en comparación a lo que estaba oyendo decir.
Lo que acababa de escuchar me iba a dejar sin sueño durante una buena temporada, y nunca mejor dicho...
"En una  hora habrá un apagón en el edificio, será entonces cuando comprobemos si la mordedura ha surtido efecto en nuestros conejillos de indias. Te esperaré en el sótano Rober, así podrás presenciarlo con tus propios ojos". Mi corazón latía a mil por hora, cual caballo desbocado. No sabía qué hacer. Tenía miedo de que mi "vecino" me secuestrara para formar parte de su grandioso y revolucionario experimento. Tenía una hora para decidir qué hacer. Empecé a recoger mis cosas con intención de irme a casa y hacer como si nada de esto estuviese pasando. Quizás era una broma de mal gusto y estaba bromeando con su interlocutor. Pero por su tono de voz, deduje que hablaba muy en serio.

"La única forma de que mueras, una vez te inyecten la vacuna, es con un tiro en la cabeza. Si nadie te lo pega, serás inmortal. Y todos sabemos que nadie nos va a pegar un tiro en la cabeza, ¿verdad Rober?, jajajajajaja". Su risa resonó con eco en lo más profundo de mi ser. No podía quitármelo de la cabeza. Todavía hoy no he logrado olvidarla, cada noche esa risa vuelve a mi memoria y me perturba, haciendo que me estremezca. Mi miedo cada vez se hacía más presente. Me dí cuenta de que estaba empapada de sudor. No tenía escapatoria. Había dos opciones: salir corriendo en ese preciso instante, o esperar hasta que se fuera, con las luces apagadas y salir despacio por las escaleras intentando que nadie me viese. Me temblaban las piernas tanto que decidí que no era buena idea salir corriendo. Así que apagué las luces de mi despacho y me metí bajo la mesa rezando para que nada malo me pasara.

Cuando le oí abandonar su despacho noté que se había quedado parado ante el mío. A pesar de tener una cristalera enorme desde la que se ve el pasillo, tenía la persiana bajada, aunque por debajo, si te agachas puede verse un poco el interior. Yo sabía que debajo de la mesa no podía verme, pero temía que intentara entrar. Tras unos segundos, que a mi me parecieron horas, oí que reanudaba sus pasos, alejándose de mi oficina para tomar el ascensor. Le dí diez minutos de margen para que se alejara, antes de poderme ir.

Pasado ese tiempo me asomé cautelosamente a la ventana para comprobar que mi coche seguía ahí aparcado y estaba entero. Estaba segura de que él sabía que yo seguía en el edificio. Conocía mi vehículo perfectamente, pues solíamos llegar a la par casi a diario. Preparé la llave en la mano para bajar y arrancar corriendo antes de que fuera demasiado tarde, y me decidí a salir de la oficina.

Tan sigilosamente como pude, me aproximé a la puerta que daba a las escaleras para abrirla intentando no hacer ruido. Y ahí fue donde me asusté de verdad. De la puerta del ascensor, que se encuentra junto a la escalera, salían los cienpiés en hilera, formando una fila perfecta, como un ejército que se dispone a atacar, y se dirigían a las oficinas. Me percaté de que la puerta del ascensor estaba abierta pero no había ascensor. Asomé un poco la cabeza para observar con cuidado de que no se me subiera ningún bicho y fue cuando lo ví. Abajo del todo se podían escuchar gruñidos. Eran de personas que parecían agonizar, pero no alcanzaba a ver nada más, estaba en completa oscuridad a causa del corte de luz programado. 

El experimento había comenzado. Salí corriendo por las escaleras intentando no hacer ruido y me aproximé a la salida. No tenía mucho tiempo, ese maldito loco podía subir del sótano en cualquier momento y matarme, o mucho peor, convertirme en una de sus cobayas de laboratorio. Me decidí a correr sin mirar atrás, abrí el coche y me metí dentro, cerrando el seguro por si acaso. Tras varios segundos de tensión, en los que no atinaba a meter la llave en el contacto, conseguí poner el coche en marcha. Entonces fue cuando le ví salir corriendo del edificio. Salía como un asesino sacado de una película, con el pelo alborotado, la corbata desabrochada, la camisa blanca por fuera y manchada, y una jeringa en la mano. Venía a por mí. A inyectarme el virus. Metí primera y salí a toda pastilla de allí. Al mirar por el retrovisor vi que tras él salía una masa de gente muy extraña. Parecía una horda de zombis. Supuse que eran los conejillos de indias que habían sido mordidos por el bicharraco genéticamente modificado.

Al llegar a casa, conté lo sucedido. Ordené a mi madre que llamara a todos nuestros seres queridos más cercanos para que vinieran rápido a nuestra casa. Yo mientras tanto encendí el ordenador e investigué qué narices significaba el virus NH5UV. Y entonces lo entendí. Mi serie favorita del momento "The Walking Dead" se estaba haciendo realidad. Según pude leer, el virus te provocaba la muerte, haciéndote volver a la vida, unos minutos después de haber muerto, en un estado deplorable. De descomposición avanzada y lo más triste de todo, sin conciencia.

No se trataba de una vacuna para ser inmortal, se trataba de un arma para destruir a la humanidad y sembrar el caos. Provocar el fin del mundo.

Nuestros seres queridos comenzaron a llegar a casa, y encendimos el televisor para ver si contaban algo de lo acontecido hasta el momento, y un montón de sucesos raros estaban comenzando a pasar en EE.UU, Reino Unido, Portugal y España principalmente. Vaya qué casualidad... por algo el tipo se comunicaba siempre en esos idiomas por teléfono. Allí debía tener más sedes de esa empresa química. 

Pronto las calles se convirtieron en muerte. Oleadas de zombis por doquier, un hedor aberrante, comercios saqueados... Una auténtica película de terror.

Durante meses hemos estado moviéndonos sin parar de un lugar a otro, malviviendo, pero sobreviviendo a la epidemia. Hemos tenido alguna baja... es triste, desolador, pero no tenemos tiempo para llorar las pérdidas, el tiempo apremia y es crucial para sobrevivir en este nuevo mundo. Cada vez somos más. Vamos acogiendo a la gente que camina sola o en pequeños grupos. Nos vamos haciendo más fuertes, y estamos intentando dar con alguien que tenga la cura para frenar semejante barbarie. 

Contado esto, os diré que esta es mi última hoja de un cuaderno que llevaba encima. No volveré a escribir más. A partir de aquí no sabréis si vivimos o morimos. Sólo os pido dos cosas: Deseadnos suerte... y cuidado con lo que deseais...

FIN

viernes, 8 de julio de 2016

Mi bola de nieve


La familia debería ser lo más importante para nosotros. Los amigos vienen y se van, algunos, aunque pocos, se quedan para siempre. Pero los que siempre estarán a tu lado serán ellos, tu familia. Quizás no en todos los casos, siempre tiene que haber excepciones, pero la mayoría de las veces será así. 

Tampoco quiero decir con esto que toda tu familia vaya a estar siempre ahí cuando la necesites, siempre habrá con quien nos llevemos mejor o peor, pero los más allegados y con los que más relación tengas, siempre estarán ahí para protegerte, apoyarte, quererte y hacerte feliz.

Mi nombre es Daisy y esta es mi fantástica historia. La historia de un deseo que pedí cuando era joven y que hoy por fín se ha cumplido. De pequeños siempre nos dicen que pidamos deseos en nuestros cumpleaños antes de soplar las velas, haciéndonos creer que se harán realidad, lo hacemos con muchas ganas, incluso después de pedir el deseo soplamos la vela con todas nuestras fuerzas como pensando que cuanto más fuerte soples, más pronto se cumplirá el deseo. Pues bien, yo era una de esas niñas a las que le gustaba pedir deseos por  todo, por mi cumpleaños, por Navidad, al ver pasar una estrella fugaz, e incluso con los palitos marrones que salían en las pipas. Era tan soñadora que siempre lo intentaba con la esperanza de que alguno de mis ansiados deseos se cumpliera. Alguno se cumplía, claro que se cumplía, pero por pura casualidad, no porque yo lo hubiera pedido. Pero aun así yo seguía pensando en la magia de pedir deseos y pensaba que se cumplían por haberlos pedido.

Desde que tengo uso de razón, recuerdo sobre todo los veranos con mi familia. Esos veranos en los que cada día que salía el sol, mis padres cogían la bolsa con las toallas, la crema, las gorras, las mudas de recambio, la sombrilla, las coca-colas y los tuppers o bocadillos y nos ibamos corriendo a la playa en nuestro viejo coche. Pero no a una playa cualquiera con arena, esa era nuestra playa especial, nuestra segunda casa en verano, la playa de las piedras. Era de difícil acceso, pero desde bien pequeña mis padres me enseñaron a bajar hasta ese precioso lugar, pisando fuerte a cada paso que daba para no resvalarme con la tierrilla del terraplen.

Allí quedabamos con los abuelos. Ellos siempre llegaban antes para ir montando la salita. Acomodaban las piedras para podernos tumbar cómodamente en ellas, y cuando nosotros llegábamos todo estaba listo.

Mi padre y mi abuelo preparaban los ganchos para ir a pescar pulpos entre las rocas. Ellos lo disfrutaban juntos, mientras se fumaban algún que otro cigarrillo, y siempre venían con un montón de pulpos y alguna que otra rozadura por las rocas. Cuando les veíamos acercarse, íbamos corriendo a recibirles para ver la pesca que habían conseguido, e incluso nos tomábamos fotos con los pulpos a modo de recuerdo. Pulpos que comeríamos en Navidad como tradición familiar.

Allí nos bañábamos también en pequeñas piscinas de rocas que había, y nosotras aprovechábamos para coger quisquillas. Era muy divertido, recuerdo cómo pasaban por nuestros pies y nos picoteaban. A mi me daban un poco de miedo al principio, pero poco a poco aprendí a cogerlas con el quisquillero y me quité el miedo.

A la hora de la comida, aquello era un festín. Cada uno traíamos nuestra comida pero luego allí todo se compartía. La abuela traía jariguay de fresa sin gas, que estaba riquísimo. el abuelo traía vino y casera, y nosotros coca-colas y alguna cervecita. Aún recuerdo los tuppers de la abuela, con su deliciosa carne albardada con pimientos verdes de la huerta. Las tortillas de patata en bocadillo que hacía mi madre, y el melón de postre que siempre llevaba mi madre, también formaba parte de la tradición, al igual que pescar los pulpos que comíamos cada año por Navidad.

Después de comer los chicos se echaban una buena siesta. Y nosotras montábamos en las rocas una pequeña mesa para jugar a las cartas. La brisca y la sota de oros eran nuestros juegos preferidos y nos pasábamos horas jugando y riéndonos. La abuela se picaba mucho cuando perdía, y era muy gracioso verla, pero aun con nuestros piques, todo era perfecto, nos lo pasabamos genial. Era nuestra felicidad, sol. mar, comida, familia, amor... No se podía pedir nada más.

A medida que han ido pasando los años y nos hemos hecho todos mayores, dejamos de ir a nuestro lugar. Ese que hoy en día en nuestras reuniones familiares seguimos recordando con anhelo. Ya nada es como antes. En esa época éramos los más felices del planeta, no había preocupaciones, sólo disfrutarnos los unos de los otros, jugar, bañarnos, tomar el sol y pescar. Esos eran nuestros placeres, pero la vida poco a poco te los va quitando. Los abuelos se van haciendo mayores y no tienen tanta fuerza como antes para ir hasta allí, para pescar, para bajar por esos terraplenes..., y sin ellos ya no es lo mismo, ese era nuestro lugar, de nosotros cinco, y si no van ellos, nosotros tampoco. No tendría sentido. Formamos un equipo. Yo también he ido creciendo, acabé la universidad y comencé a trabajar. Los veranos se terminan ya que hay que trabajar y no tengo las mismas vacaciones que cuando era pequeña y estudiaba en el cole. 

Aún así el recuerdo sigue muy vivo, muchas veces recordamos cosas de esa época mientras merendamos en la salita y vemos la película del Oeste.

Pero a mí me da mucha pena, me gustaría que todo volviera a ser como antes. Me gustaría volver a sentir esa felicidad, esa despreocupación por la vida, esa inocencia. Mi única preocupación era estar allí con ellos pasándolo bien, disfrutando esos momentos. Estar el día entero con  todos ellos allí tostándonos al sol, jugando... símplemente estando con "La Familia" y siendo felices.

Es por eso, que por mi 27 compleaños pedí un deseo. Mi abuela me regaló una preciosa bola de nieve con una playita de rocas dentro, similar a cómo era nuestro lugar. Apreté fuerte la bolita entre mis manos y deseé tener un sueño. Deseé pasar toda la eternidad con todos ellos, en nuestro lugar encantado, donde todo era bonito, sin problemas, sin trabajo, sin preocupaciones, y solo estabamos nosotros, el sol, las rocas, el mar, la brisa y el horizonte. Donde todo era perfecto. Nuestra burbuja, nuestra bola de nieve, pero sin nieve de verdad, si no con cálidos copitos de sol rozándonos la piel y dándonos calor.

Y por fin se ha cumplido mi deseo, después de muchos años de haberlo pedido, he llegado a la meta. Y ahora aquí estamos juntos, como éramos antes, jóvenes, llenos de vida, en nuestra playa particular, con nuestra comida, nuestra bebida, las rocas, el mar, todo... todo lo necesario para ser felices toda la eternidad, por fin reunidos para siempre. 

FIN

jueves, 23 de junio de 2016

La noche sin fin

Esta noche ha sido mágica. La noche del 24 de junio, día de San Juan. Esa noche en la que la tradición marca que debemos hacer hogueras, y los más jóvenes y/o ágiles se divierten saltándolas de lado a lado.

Pero dime algo... así, entre tú y yo, sinceramente... ¿de verdad entiendes qué tiene de divertido saltar una hoguera con el peligro que puede conllevar?. Yo por mi parte nunca lo he entendido y nunca lo entenderé.
Esta ha sido una de esas noches en las que todos estaban ansiosos por saltar las malditas hogueras, y lo han hecho... vaya si lo han hecho... algunos seguro que se arrepienten de ello, pero ya es tarde para arrepentimientos.
Y muchos me diréis, ¿y si no te gusta la "Sanjuanada" por qué vas a verla?. Pues muy fácil... todos los años tengo la esperanza de que alguien caiga a la hoguera y arda envuelto en las llamas, me parece tan absurdo que les deseo que suceda lo peor. No me preguntes por qué, tal vez soy una demente, una psicópata o qué se yo... o quizás sea porque en mi interior siento que llevo una bruja dentro, una bruja que no quiere ser quemada en una hoguera, que detesta el fuego y no entiende por qué a esta estúpida gente le apasiona.
Pues bien, esta noche se hizo realidad mi deseo de que alguien ardiese en la hoguera.
Estaba yo tranquilamente observando el espectáculo de cerca mientras me tomaba una cerveza en lata, otra de mis tradiciones en esta noche, hasta ahora, nada especial para mi, cuando de repente uno de los individuos que saltaban sobre la hoguera cayó encima de mí empujándome hacia las llamas. En ese momemto me invadió el pánico, estaba notando cómo el fuego comenzaba a quemar mi cuerpo y nadie hacía nada por evitarlo. Por el contrario, todos miraban asombrados la escena. De repente el abrasador calor que sentía en mi cuerpo, fruto de las intensas llamas, se convirtió en un cálido y gustoso abrazo, y fue cuando sucedió... las llamas de la fogata se tornaron verdes y entonces resurgí de entre las cenizas, como el Ave fénix.
Entonces sentí cómo comenzaba a lebitar saliendo de las llamas inconscientemente, pues aun no estaba dando crédito a lo que me había sucedido. De mi garganta profirió una risa tenebrosa, maligna, de ultratumba, que asustó a los allí presentes pero no lo suficiente como para que huyeran de la campa. Entonces fue cuando actué.
Comencé a sobrevolar el lugar girando a toda velocidad por encima de las cabezas de los presentes y solté mi maleficio:
-Desde hoy y hasta el último día de vuestras vidas yo os condeno a vivir una y otra vez esta noche, noche en la que arderéis en la hoguera sin morir, en la que sentiréis cómo os consumen las llamas eternamente. ¡Os condeno al eterno sufrimiento! Ja ja ja ja.
Ahora entiendo por qué tenía ese sentimiento de que había sido bruja en otra vida y temía al fuego... en una de mis vidas pasadas fuí condenada a la hoguera por practicar magia negra en público en la noche de San Juan en la que quemaron vivas a mis hermanas y al igual que ellas, aprovecharon la ceremonia para quemarme viva. Pero hoy, 24 de junio de 2016 he renacido para que nuestras muertes se hagan justicia y esa gente sufrirá toda la eternidad.

FIN


















domingo, 5 de junio de 2016

La mirada maldita



Un domingo, hace unos cuatro años fuí a hacer una visita a mi abuela. Cada domingo iba a su casa a pasar la tarde con ella. Siempre me ha cuidado mucho, me ofrecía un festín por merienda, me dejaba ver en la tele mis dibujos y series favoritas, me enseñaba fotos antiguas de la familia y me contaba historias mientras las observamos detenidamente. La quiero mucho, es la mejor abuela del mundo, pero algo cambió en ella desde que mi abuelo falleció.

Esta es mi historia, escrita en extrañas circunstancias que más adelante entenderéis. Me cuesta agarrar el bolígrafo para escribir, a veces se me cae todavía. He tardado casi dos años en terminar de escribir esta historia, una historia que cualquiera escribiría en media hora. Tengo que inventar un nuevo sistema, si no fuera porque este estúpido cuerpo no me permite moverme demasiado... En fín, continúo...

Me llamo Sara y tengo 18 años recien cumplidos, aunque ahora mismo no se si sigo siendo yo. El caso es que mi abuelo falleció hace 5 años en casa. Le dio un infarto y nos dejó. Todos estábamos abatidos, el abuelo era un pilar fundamental en nuestra familia, él nos mantenía unidos. Nunca logramos superar su muerte, aunque intentamos sobrellevarla de la mejor manera posible. Sobre todo por mi abuela. Al quedarse sola, tomamos la decisión de visitarla con frecuencia para que no cayera en una depresión ya que rechazó la propuesta de venirse a vivir con nosotros.

A raíz de este acontenimiento, mi abuela comenzó a hacer una colección un tanto peculiar, pero nada extraña para una persona de su edad. Comenzó a comprarse cada semana una muñeca de porcelana. Todas adquiridas en subastas, o en anticuarios. Todas antiguas, todas con su correspondiente historia. La mayoría de estas muñecas, según nos contaba la abuela, habían pertenecido a familias apoderadas hace más de 200 años. Yo no sabía que por aquel entonces ya existían las muñecas de porcelana, pero al parecer sí que existían.
Esta colección se convirtió en su pasatiempo, le ayudaba a evadirse de la realidad y a no acordarse tanto de que el abuelo ya no estaba entre nosotros. Las peinaba constantemente, las cambiaba muchas veces de vestido, y les sacaba lustre a los ojos.
Pronto consiguió tener una habitación entera llena de estanterías cubiertas con estas muñecas.

Yo trataba de no entrar nunca a esa habitación, pues me parecía muy bien que mi abuela tuviera un hobby y fuera felíz con él pero a mi las muñecas de porcelana me daban miedo, bueno más bien me daban mal rollo. Por aquel entonces yo tenía 14 años, y me asustaban. Había escuchado historias y también había visto muchas películas sobre muquecas diabólicas, y ellas también me lo parecían, pero trataba de no darle importancia al tema, al fin y al cabo sólo eran unas muñecas, nada malo podía pasar.

Pero ese domingo que fui a verla todo cambió. Sentí curiosidad por aquellas dichosas muñecas y entré en la habitación. Estaba decidida a quitarme el miedo que sentía por ellas, necesitaba convencerme de que eran inofensivas, que sólo eran trozos de porcelana, tela y algodón. Así que me ofrecí a ayudar a mi abuela a vestir a unas cuantas nuevas adquisiciones que había hecho a lo largo del mes.

Mi abuela, siempre se empeñaba en que la ayudase con esa labor, es más, las últimas semanas casi me presionaba para que lo hiciera. Se la notaba nerviosa, como si necesitara que yo lo hiciera por alguna razón. No sospeché nada, sólo supuse que quizás tuviera más presente al abuelo, y estaba más triste... y necesitaba mi compañía y ayuda para continuar con su siniestra afición de coleccionar y vestir a estas muñecas para desconectar de la cruda realidad.

Cuando por fín me decidí a entrar en la habitación, mi abuela se acercó a mí y me dijo que cogiera dos muñecas en particular. Me las señaló y me dijo en voz baja:
    - Trátalas con cuidado Sara, estas dos muñecas son las más valiosas que existen en el mundo. Son hermanas y siempre han estado metidas en un cuarto oscuro, ahora necesitan iluminar sus rostros para volver a ser bellas. 

Dicho esto, mi abuela abandonó la habitación y me dejó allí con ellas, sola ante el peligro.
Me dije a mi misma que no pasaba nada, seguro que se refería a que las tenía que limpiar sus rostros, pues estaban un poco manchados, a cambiarles las vestimentas, y a sacarle lustre a sus grandes ojos. Sí, eso era, como ella siempre había hecho con cada una de ellas.

Me dispuse a realizar la tarea con cada una de ellas. Todo iba bien, había empezado por la menos bonita y ya sólo me faltaba una muñeca, "La Muñeca". Algo me atrajo a mirarla fíjamente a sus ojos, era bella, no era como las demás, tenía algo especial. Era como si sus ojos estuvieran vivos. Tenía una mirada cálida, con sentimiento. No podía apartar la mirada de sus enormes ojos azules, me estaban hipnotizando.

De repente, esa mirada ya no era cálida, si no todo lo contrario. Se había convertido en una mirada maligna. Entonces noté que mi abuela se acercaba a la habitación pero yo no podía apartar la vista de los ojos de la terrible pero hermosa muñeca. Quería hacerlo, de verdad, pero una extraña fuerza me lo impedía y entonces sucedió. Mi queridísima abuela no venía a salvarme de la fulminante mirada de la muñeca, si no todo lo contrario. Se quedó unos instantes allí observándome, sin traspasar el umbral y finalmente con un portazo cerró la puerta con pestillo y me dejó allí, indefensa, sóla ante el peligro, aterrorizada por lo que estaba a punto de pasar.

Conseguí gritar un par de veces por si algún vecino me oía y podía socorrerme, porque el miedo me invadió totalmente pero no sirvió de nada. Estaba paralizada, no podía moverme ante esa mirada maldita. Y de repente dos rayos de luz surgieron de las pupilas de la aterradora muñeca, y directos hacia mis pupilas noté lentamente cómo me quemaban mis pupilas, y notaba que se me escapaba el alma. Es difícil de explicar, pero me sentí morir. Tras unos 30 segundos de intensa agonía, todo finalizó. Era como una mala pesadilla. Desperté y traté de ver dónde estaba, y de repente me dí cuenta. No podía moverme, sólo mis ojos podían girar. Me encontraba sentada en una balda, y ante mí estaba mi abuela, que comenzó a sacarle lustro a mis ojos, para que brillen toda la eternidad.
Y aquí estoy cuatro años después, ahora soy "La Muñeca" y pude presenciar cómo mi hermana muñeca realizaba con mi abuela el mismo ritual para absorverle el alma a ella también, y aquí estamos las dos, aprendiendo a movernos para poder escribir con un bolígrafo y un papél esta escalofriante historia, juntas toda la eternidad.

FIN

domingo, 8 de febrero de 2015

Janna, la Reina del Hielo

En un Reino muy lejano, llamado Winsly, allí donde la nieve no había llegado nunca, se contaba, a priori, una preciosa leyenda.
Dicha leyenda, al igual que todas, se había transmitido de generación en generación, siempre de abuelos a nietos.

Winsly era un Reino precioso. En el centro se encontraba situado el castillo de los Reyes y en sus alrededores estaban construídas las lujosas casitas de los habitantes. Toda esta ciudad se encontraba, a su vez, rodeada de un inmenso bosque frondoso repleto de animales de diferentes especies, plantas medicinales, flores silvestres y tupidos árboles centenarios y milenarios.
Era un pueblo rico, ninguno sufría la pobreza y todos eran amigos de los Reyes. Un Reino muy unido, feliz y pacífico.
Además siempre había un sol radiante. Era siempre verano. El Reino perfecto. Habitantes perfectos. Tiempo perfecto.

Los habitantes de Winsly no conocían otro tiempo y otro modo de vida diferente a aquel que ellos tenían. Por eso, la leyenda más sonada era sobre nieve y hielo, porque era algo desconocido para ellos. Algo que cada uno imaginaba a su modo.

Cuenta la leyenda que habrá un día en que el frío y la nieve se apoderará de este Reino.
Ese día, todos saldrán de sus casas con los más pequeños para disfrutar de ese fenómeno nunca visto, pero a la vez tan familiar.
Caerán grandes copos de nieve, que poco a poco se irán amontonando hasta que todo quede teñido de blanco. Y será entonces cuando un habitante se ponga a rebuscar entre la espesa nieve hasta encontrar un copo dorado. Un único copo dorado que quien consiga encontrarlo será nombrado Rey o Reina de Winsly, despojando así a los actuales Reyes de sus pertenencias y de su gran castillo. Esa persona será para siempre poderosa y de élla dependerá que siga habiendo felicidad o que, por el contrario, haya tristeza y penurias.

Esta historia nadie la creía, ya que parecía totalmente inventada, sacada de un cuento. Nunca había nevado. No sabían con certeza lo que era la nieve. Y mucho menos creían que fuera a caer un copo dorado.

Pero un día, de repente el cielo se tornó gris. Nadie sabía lo que sucedía y entonces los rumores de que la leyenda era cierta y estaba pasando se dispararon. Todos los habitantes se concentraron en el centro de la ciudadela, mirando al cielo a la espera de que algo sucediese.
Pasaron tres horas y el cielo continuaba encapotado. La temperatura descendió tanto que los habitantes estaban tiritando de frío. Y de pronto sucedió. Diminutos copitos de nieve comenzaron a caer del cielo. Poco a poco fueron cayendo copos de mayor tamaño en mayor cantidad. Inmediatamente se pusieron todos a cubierto y siguieron observando con atención el panorama. Se habían quedado maravillados, pero a la vez sentían terror por que la leyenda se hiciera realidad. Ya no era tan preciosa como ellos creían.
Al ver que no cesaba de nevar, decidieron regresar a sus casas a seguir contemplando el  fenómeno desde sus ventanas, hasta el anochecer.

Al día siguiente, el Reino despertó completamente blanco. Los tejados de las casas estaban cubiertos de nieve. Las calles. El bosque. Todo.
Ante tal novedad, los más pequeños decidieron salir a jugar con la nieve. Hicieron por primera vez muñecos de nieve y se tiraron bolas entre sí. Poco a poco todos salieron a jugar. Mayores y pequeños disfrutaron de un precioso día. Diferente a todos los de su vida. Un día especial.

Todos lo pasaron bien excepto Janna. Una jóven solitaria de 20 años que pasaba desapercibida siempre. Era huérfana y vivía sola en una humilde casita. Era la excepción de Winsly. Nunca se relacionaba con nadie. Los vecinos habían intentado en innumerables ocasiones acercarse a ella pero les rechazaba, hasta que con el tiempo dejaron de interesarse por ella.
Esta chica era muy especial. Le gustaba la brujería y creía al pie de la letra cada leyenda que conocía. Así que, decidida, salió de casa y se encaminó hacia el bosque.
Allí comenzó a buscar entre la nieve como una loca, esperando encontrar el copo de oro. Ella ansiaba hacerse con el poder del Reino y estaba decidida a buscarlo hasta encontrarlo o morir en el intento.

Pasó el día y Janna no obtuvo lo que buscaba. Regresó a casa y esperó al día siguiente para continuar rastreando todo el bosque.
Mientras tanto en el exterior no paraba de nevar. Cada vez el espesor de la nieve era mayor y el frío también.

Al día siguiente, la huérfana volvió al bosque temprano y continuó cavando, esta vez con la ayuda de una pala para hacerlo más rápido.
Mientras tanto en el pueblo todos seguían disfrutando de su segundo día de juegos, ajenos a lo que podía estar haciendo Janna.

Ya casi había anochecido y cuando Janna iba a desistir, de pronto vio que algo brillaba a tres metros de ella. Se acercó rápidamente y se dejó caer de rodillas al suelo. Removió la nieve con las manos allí donde brillaba algo y al momento lo encontró. Tenía entre sus manos el copo dorado.
Se puso en pie sin dejar de mirarlo y de repente sintió que se iba congelando lentamente, hasta que dejó de sentir. Quedó allí, en medio del bosque, congelada. Como si de una figurita de hielo se tratase. Manteniendo en alto el copo de oro, que comenzó a brillar intensamente. Era tal el destello, que llegó hasta el pueblo, y todos corrieron a ver qué sucedía.
Cuando llegaron al bosque y vieron a Janna allí de pie, con pose triunfal y el copo dorado entre sus manos, profirieron un grito ahogado casi al unísono. Sus peores sospechas quedaban confirmadas. La leyenda era real.
Al poco rato vieron cómo Janna iba descongelándose y se iba rodeando de una epecie de aura azulada, como si le envolviese un tornado. Volvió en sí y comenzó a reir ante la sorprendente estampa que tenía frente a ella. El pueblo entero ante ella, con las bocas abiertas por el asombro.
Y enconces habló:

-Querido pueblo, arrodillaros ante mí, pues soy yo la nueva Reina de Winsly y a mí me debéis honrar desde hoy.

Todos se arrodillaron ante ella con cierto temor, y ahí acabó todo.
Volvieron a sus casas a paso ligero hasta el día siguiente y Janna ocupó el castillo de los Reyes como bien dictaba la leyenda.
Esa noche la nueva Reina no concilió el sueño, pues estaba sorprendida por todo lo que había sucedido.

Al día siguiente, salió de nuevo al bosque y descubrió que el copo dorado le había otorgado un poder sobrenatural. Podía lanzar tornados que congelaban todo a su paso. Comenzó a hacerlo como un juego pero pronto se convirtió en una obsesión y enloqueció por el ansia de tener tanto poder. Todo su afán era provocar tornados de hielo por doquier hasta que todo quedó congelado.

Ya no había frondosos bosques llenos de flores silvestres, hierba verde y árboles tupidos. Ahora todo era hielo. Los habitantes del Reino Winsly tuvieron que cambiar su modo de vida. Unos murieron por el frío, otros sobrevivieron a duras penas.

Esa leyenda hasta entonces no había tenido un nombre definido. Algunos la llamaban "La Leyenda del Hielo", otros "La Leyenda del copo dorado" e incluso los más supersticiosos "La Leyenda del fin del mundo".
Pero a partir de ese momento, la leyenda quedó oficialmente titulada como "La Leyenda de Janna, la Reina del Hielo".


FIN

domingo, 25 de enero de 2015

Ulín, el duendecillo



Pepín era un niño de 7 años, muy tímido, que no tenía amigos.
Sus padres habían decidido que iban a mudarse a otro lugar, ya que el trabajo de su padre así lo requería.
Al pequeño Pepín, la decisión de sus padres no le afectaba, le traía sin cuidado. Nunca protestaba por nada. Siempre estaba conforme con todo lo que ellos decidían.
Al no tener amigos en la ciudad, le pareció una gran idea el hecho de tener que mudarse. Quizás allí encontrara amigos. Sólo deseaba con todas sus fuerzas tener un amigo. Uno sólo, pero bueno. Íntimo. Que fuera como su alma gemela. Como el hermano que nunca había tenido.

La familia entera se mudó a un precioso chalet en la otra punta del País. La casona tenía un gran jardín en la parte delantera, y otro pequeño detrás. Este último destinado para tender la ropa e incluso para sembrar una pequeña huerta.

Estuvieron cerca de hora y media sacando todas sus pertenencias del camión de mudanzas y colocándolas en la nueva casa. Cuando terminaron, era tal el agotamiento que tenía el pequeño Pepito, que se tiró de espaldas a las largas hierbas del descuidado jardín delantero. Y allí tumbado, mirando las nubes, se quedó dormido.

Al despertar, ya casi había anochecido. Notó que el rocío del atardecer le había dejado el cabello húmedo, casi podría decirse que estaba mojado.

Cuando Pepín abrió los ojos, vio que tenía algo posado en la nariz. Una pequeña mariposa parecía estar mirándole con detenimiento. El niño se incorporó lentamente para no espantarla y poderla coger.
Y entonces vio que en su mano derecha descansaba otra mariposa. Se acercó la mano lentamente a la cara para poder observarla de cerca, y de repente la que se encontraba posada en su nariz, voló y fue a parar al lado de la que reposaba en la mano de Pepín.
Entonces se dió cuenta de que eran dos mariposas idénticas. Era tal la dulzura que le provocó esa estampa, que trató de sacar su teléfono móvil para sacar una foto a tan extraña situación, pero entonces las mariposas comenzaron a volar en círculos ante él. 
Cada vez volaban más deprisa y Pepín ya les había perdido la pista, pues era imposible distinguirlas a tal velocidad. Y de pronto las lindas mariposas se desvanecieron  y apareció un pequeño duendecillo tan diminuto como una pelota de ping pong.

Pepín no daba crédito a lo que estaba sucediendo. Comenzó a creer que aún no había despertado de su improvisada siesta en el jardín. Pero no era así. Estaba muy despierto. Todo lo que estaba presenciando era real.
Con los ojos como platos y la boca abierta de par en par, seguía sin asimilar lo que estaba viendo. Los duendes existían. Algo en lo que nunca había creído era real. Se quedó observando atentamente al extraño ser, a la espera de que hiciese o dijese algo. Y entonces el duende comenzó a hablar.

-Hola Pepín. Me llamo Ulín y soy un duendecillo que tú has creado a través de tus sueños. Soy tu yo interior, ese yo tímido que tienes. Tengo que decirte que este cambio de ciudad, de casa y de colegio es superior a mí, y por ello he decidido abandonar tu cuerpo, pues no me siento cómodo en este lugar.
Espero que a partir de ahora todo te vaya muy bien en el colegio, y que puedas hacer todos los amigos que desees.
No pienses que estuve contigo para hacerte sufrir. Al contrario. Estuve dentro de tí para enseñarte que la amistad implica mucho más que ser un gran grupo de niños con los que salir a jugar. Implica complicidad, sinceridad y estar en buenos y malos momentos. Y durante todos estos años te he enseñado que todos los grupos de amigos en el colegio, realmente no eran amigos de verdad. Recuerda Pepín, en un grupo de amigos no hay un líder. Todos son por iguales. Todos deben estar cómodos.

Y de repente, el duende se esfumó y las dos lindas mariposas aparecieron de nuevo, revoloteando ante él. Comenzaron a volar alto y desaparecieron también. Pepín, asombrado, entró en casa y continuó con sus quehaceres.

El primer día del pequeño Pepito en el nuevo colegio no fue tan malo como lo esperaba. Allí todos los compañeros parecían agradables. Eran amistosos con él.
A la hora del recreo, todos le esperaron y le recibieron con calurosos abrazos. Con los brazos abiertos. Como él siempre había soñado. Éste comportamiento le alarmó, ya que no estaba acostumbrado a ese trato. Pero poco a poco se fue dando cuenta de que en esa ciudad todo el mundo era agradable. Todos eran felices. Él tenía amigos. No tenía líder. Todos eran iguales.
Por fin había encontrado su lugar. Y entonces comprendió las palabras del duendecillo Ulín. De su duende interior. Aprendió a valorar la amistad.


FIN