viernes, 8 de julio de 2016

Mi bola de nieve


La familia debería ser lo más importante para nosotros. Los amigos vienen y se van, algunos, aunque pocos, se quedan para siempre. Pero los que siempre estarán a tu lado serán ellos, tu familia. Quizás no en todos los casos, siempre tiene que haber excepciones, pero la mayoría de las veces será así. 

Tampoco quiero decir con esto que toda tu familia vaya a estar siempre ahí cuando la necesites, siempre habrá con quien nos llevemos mejor o peor, pero los más allegados y con los que más relación tengas, siempre estarán ahí para protegerte, apoyarte, quererte y hacerte feliz.

Mi nombre es Daisy y esta es mi fantástica historia. La historia de un deseo que pedí cuando era joven y que hoy por fín se ha cumplido. De pequeños siempre nos dicen que pidamos deseos en nuestros cumpleaños antes de soplar las velas, haciéndonos creer que se harán realidad, lo hacemos con muchas ganas, incluso después de pedir el deseo soplamos la vela con todas nuestras fuerzas como pensando que cuanto más fuerte soples, más pronto se cumplirá el deseo. Pues bien, yo era una de esas niñas a las que le gustaba pedir deseos por  todo, por mi cumpleaños, por Navidad, al ver pasar una estrella fugaz, e incluso con los palitos marrones que salían en las pipas. Era tan soñadora que siempre lo intentaba con la esperanza de que alguno de mis ansiados deseos se cumpliera. Alguno se cumplía, claro que se cumplía, pero por pura casualidad, no porque yo lo hubiera pedido. Pero aun así yo seguía pensando en la magia de pedir deseos y pensaba que se cumplían por haberlos pedido.

Desde que tengo uso de razón, recuerdo sobre todo los veranos con mi familia. Esos veranos en los que cada día que salía el sol, mis padres cogían la bolsa con las toallas, la crema, las gorras, las mudas de recambio, la sombrilla, las coca-colas y los tuppers o bocadillos y nos ibamos corriendo a la playa en nuestro viejo coche. Pero no a una playa cualquiera con arena, esa era nuestra playa especial, nuestra segunda casa en verano, la playa de las piedras. Era de difícil acceso, pero desde bien pequeña mis padres me enseñaron a bajar hasta ese precioso lugar, pisando fuerte a cada paso que daba para no resvalarme con la tierrilla del terraplen.

Allí quedabamos con los abuelos. Ellos siempre llegaban antes para ir montando la salita. Acomodaban las piedras para podernos tumbar cómodamente en ellas, y cuando nosotros llegábamos todo estaba listo.

Mi padre y mi abuelo preparaban los ganchos para ir a pescar pulpos entre las rocas. Ellos lo disfrutaban juntos, mientras se fumaban algún que otro cigarrillo, y siempre venían con un montón de pulpos y alguna que otra rozadura por las rocas. Cuando les veíamos acercarse, íbamos corriendo a recibirles para ver la pesca que habían conseguido, e incluso nos tomábamos fotos con los pulpos a modo de recuerdo. Pulpos que comeríamos en Navidad como tradición familiar.

Allí nos bañábamos también en pequeñas piscinas de rocas que había, y nosotras aprovechábamos para coger quisquillas. Era muy divertido, recuerdo cómo pasaban por nuestros pies y nos picoteaban. A mi me daban un poco de miedo al principio, pero poco a poco aprendí a cogerlas con el quisquillero y me quité el miedo.

A la hora de la comida, aquello era un festín. Cada uno traíamos nuestra comida pero luego allí todo se compartía. La abuela traía jariguay de fresa sin gas, que estaba riquísimo. el abuelo traía vino y casera, y nosotros coca-colas y alguna cervecita. Aún recuerdo los tuppers de la abuela, con su deliciosa carne albardada con pimientos verdes de la huerta. Las tortillas de patata en bocadillo que hacía mi madre, y el melón de postre que siempre llevaba mi madre, también formaba parte de la tradición, al igual que pescar los pulpos que comíamos cada año por Navidad.

Después de comer los chicos se echaban una buena siesta. Y nosotras montábamos en las rocas una pequeña mesa para jugar a las cartas. La brisca y la sota de oros eran nuestros juegos preferidos y nos pasábamos horas jugando y riéndonos. La abuela se picaba mucho cuando perdía, y era muy gracioso verla, pero aun con nuestros piques, todo era perfecto, nos lo pasabamos genial. Era nuestra felicidad, sol. mar, comida, familia, amor... No se podía pedir nada más.

A medida que han ido pasando los años y nos hemos hecho todos mayores, dejamos de ir a nuestro lugar. Ese que hoy en día en nuestras reuniones familiares seguimos recordando con anhelo. Ya nada es como antes. En esa época éramos los más felices del planeta, no había preocupaciones, sólo disfrutarnos los unos de los otros, jugar, bañarnos, tomar el sol y pescar. Esos eran nuestros placeres, pero la vida poco a poco te los va quitando. Los abuelos se van haciendo mayores y no tienen tanta fuerza como antes para ir hasta allí, para pescar, para bajar por esos terraplenes..., y sin ellos ya no es lo mismo, ese era nuestro lugar, de nosotros cinco, y si no van ellos, nosotros tampoco. No tendría sentido. Formamos un equipo. Yo también he ido creciendo, acabé la universidad y comencé a trabajar. Los veranos se terminan ya que hay que trabajar y no tengo las mismas vacaciones que cuando era pequeña y estudiaba en el cole. 

Aún así el recuerdo sigue muy vivo, muchas veces recordamos cosas de esa época mientras merendamos en la salita y vemos la película del Oeste.

Pero a mí me da mucha pena, me gustaría que todo volviera a ser como antes. Me gustaría volver a sentir esa felicidad, esa despreocupación por la vida, esa inocencia. Mi única preocupación era estar allí con ellos pasándolo bien, disfrutando esos momentos. Estar el día entero con  todos ellos allí tostándonos al sol, jugando... símplemente estando con "La Familia" y siendo felices.

Es por eso, que por mi 27 compleaños pedí un deseo. Mi abuela me regaló una preciosa bola de nieve con una playita de rocas dentro, similar a cómo era nuestro lugar. Apreté fuerte la bolita entre mis manos y deseé tener un sueño. Deseé pasar toda la eternidad con todos ellos, en nuestro lugar encantado, donde todo era bonito, sin problemas, sin trabajo, sin preocupaciones, y solo estabamos nosotros, el sol, las rocas, el mar, la brisa y el horizonte. Donde todo era perfecto. Nuestra burbuja, nuestra bola de nieve, pero sin nieve de verdad, si no con cálidos copitos de sol rozándonos la piel y dándonos calor.

Y por fin se ha cumplido mi deseo, después de muchos años de haberlo pedido, he llegado a la meta. Y ahora aquí estamos juntos, como éramos antes, jóvenes, llenos de vida, en nuestra playa particular, con nuestra comida, nuestra bebida, las rocas, el mar, todo... todo lo necesario para ser felices toda la eternidad, por fin reunidos para siempre. 

FIN

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