domingo, 18 de enero de 2015

El último Safari



Se acercaba el verano y por primera vez en tres años, trabajando sin descanso, iba a coger mis primeras vacaciones junto a mi marido.
Llevábamos tres años y medio casados y en todo este tiempo sólo nos habíamos dedicado a trabajar día y noche para poder comer, hacer frente a la hipoteca y pagar las facturas.
Nunca nos habíamos dado un capricho. Ahorrábamos cada céntimo como si en ello nos fuera la vida. Pero aún así éramos felices porque nos teníamos el uno al otro. Nos veíamos poco, pero el tiempo que pasábamos juntos lo aprovechábamos al máximo para ir a cenar juntos, ir al cine, o símplemente para quedarnos en casa viendo una película acurrucados en el sofá.

Una mañana más, nos levantábamos para ir a trabajar. Eran las 7:00 AM. Preparé el café para los dos y salimos de casa juntos rumbo a nuestras respectivas oficinas.
Al llegar al portal, algo nos llamó la atención. De nuestro buzón sobresalía una revista.
El resto de buzones estaban vacíos y el día anterior ya habíamos recogido nuestra correspondencia. Era muy raro que a las 7 de la mañana nos encontráramos el buzón ocupado por una revista. Pero igualmente la cogimos para ojearla en el metro.

En primera plana de la revista había un titular que nos llamó mucho la atención: "Safari por África: conviértete en africano durante una semana". Nos pareción un titular gracioso y continuamos leyendo en las páginas interiores la descripción del viaje.
Nos gustó tanto la idea que decidimos acercarnos, después del trabajo, a la agencia de viajes en cuestión para que nos facilitaran más información.

Y así lo hicimos. Folleto en mano, entramos en la agencia y salimos con dos billetes de avión para África. Serían dos semanas fantásticas. Como una segunda Luna de Miel. Por fín solos, en otro lugar, desconectados del trabajo, de la rutina, de todo.

10 de julio. Con las maletas cargadas en el portaequipajes de nuestro coche, nos pusimos rumbo al aeropuerto.
Una vez allí, facturamos las maletas y esperamos a que nos llamaran para montar en el avión. Unas catorce largas horas de viaje nos esperaban. Pero fuimos con tantas ganas que se nos hizo ameno viendo la famosa serie "The Walking Dead" en la tablet.

Al llegar a África, lo primero que hicimos fue buscar a nuestro guía español, Rober, para que nos llevara al hotel. Al parecer, pasaríamos esa primera noche allí para reponer fuerzas del largo viaje y relajarnos en el spá acompañados de fresas y champagne.

Al día siguiente recogimos nuestras cosas y nos condujeron a la cabaña que sería nuestro hogar esas dos semanas siguientes.
La experiencia consistía en vivir como lo hacían las tribus de allí. Incluso con los mismos atuendos que ellos. Además iríamos de Safari.

Un día montamos en jirafas, medianamente amaestradas. Al día siguiente fuimos en un todoterreno oxidado a ver animales por la selva. Pudimos ver leones, guepardos, y sobre todo muchas especies de reptiles. Aprendimos también las costumbres de la tribu. Comimos insectos asados en una hoguera improvisada, etc. 

Pasaban los días y nuestra experiencia estaba siendo muy gratificante. Sentíamos que estábamos creciendo como personas. Empezamos a valorar todo lo que teníamos y que hasta ahora no habíamos dado la importancia suficiente. 
También nos sentíamos afortunados de tener un colchón en el que dormir en nuestra casa. Cuando las largas noches en el suelo se volvían insoportables nos acordábamos de nuestra cómoda cama. Cada día el dolor de espalda era más intenso, pero al final terminamos acostumbrándonos.

Pero los días allí, comenzaron a pasarnos factura físicamente. A pesar de que estábamos disfrutando como nunca, habíamos perdido las fuerzas y nos costaba caminar. No podíamos ir a cazar porque nos fallaban las piernas y nos pesaban los brazos.

Un atardecer, cuando ya nos retirábamos a nuestras cabañas, después de un largo paseo por la selva, el guía de la tribu, un africano con muy mal humor llamado Kwame, nos informó de que el camino de vuelta al campamento que tomábamos habitualmente estaba cercado con vayas, ya que al parecer merodeaba un peligroso león por los alrededores.
Como consecuencia, tuvimos que ir por otro camino más largo y más inseguro.

Mi marido y yo estábamos exhaustos de tanto andar descalzos entre piedras y maleza. Pero Kwame nos dijo que ya faltaba muy poco para llegar al campamento así que reunimos las pocas fuerzas que nos quedaban para seguir adelante.
Sólo teníamos que cruzar un viejo puente y en diez minutos estaríamos en nuestra cabaña descansando.

Una vez llegamos al puente, el guía nos advirtió de que debíamos pasar uno a uno, y mirando bien por donde pisábamos, ya que muchas de las tablillas de madera estaban podridas por la lluvia y por el deterioro al paso de los años. Era un puente de 150 años de antigüedad que había soportado muchas cargas en su época de máximo tránsito.
Explicado todo esto, comenzó a pasar primero el guía para mostrarnos cómo y dónde debíamos pisar.
La siguiente en pasar fui yo. El puente se tambaleaba mucho a cada paso que daba, parecía muy inseguro, pero si el guía había pasado, nosotros también lo lograríamos.
Fuí poco a poco, paso a paso. Casi al final del puente, pisé una de las tablillas podridas y se partió. Pero logré sujetarme sin problemas. Ahí fue cuando me dí cuenta de la altura que había. Miré hacia abajo y ví un largo río pedregoso que quedaba  muchos metros por debajo de la pasarela.
Volví a fijar la vista en el guía, que nos apremiaba a que pasáramos, pues se hacía denoche muy deprisa.

El último en pasar fue mi marido. También se tambaleaba el puente a su paso. Vaciló un instante antes de continuar y cuando retomó el paso, de repente se partieron las tablillas que estaba pisando y cayó.
Kwame, alarmado, salió a su encuentro arriesgando su vida. Mientras mi marido se había conseguido agarrar a una cuerda. Pero si Kwame no se daba prisa, se caería al río.
Yo estaba muy asustada. No conseguía reaccionar, sólo lloraba desconsoladamente y gritaba al guía para que se diera prisa en rescatar a mi marido. Pero de pronto lo que ví me impactó tanto que algo en mi interior me dijo que saliera corriendo y así lo hice.

Ví cómo el guía le tendía la mano a mi marido y éste se la dio deseando ser rescatado. Y de repente, Kwame le soltó y acto seguido profirió un grito aberrante. Como si estuviera invocando al mismísimo diablo. Mientras tanto, yo veía cómo mi marido caía al vació y le perdí de vista al llegar al río.

Comencé a correr hacia el campamento, con la intención de coger mis cosas y marcharme al hotel.
De pronto, el demonio africano comenzó a perseguirme, mientras continuaba gritando de ese modo tan raro. Y al momento pude ver que de entre los árboles salían todos los miembros de la tribu. Iban todos a por mí. Pero logré escapar de ellos y me dirigí por fin al hotel.

Allí me encontré con nuestro gruía español, Rober. Y al ver mi cara de terror y que venía sola, sin mi marido, me llevó en volandas al coche y salimos de allí tan rápido como pudimos.
Entonces, ya de camino al aeropuerto, Rober me confesó que el verano anterior una pareja hizo el mismo viaje, y ninguno de los dos volvió. Desaparecieron allí. Se especulaba que era una tribu caníval o algo por el estilo, porque la Policía investigó los hechos y no encontró ni rastro de la pareja.

Yo aterrada comencé a llorar de impotencia. Cada vez era más consciente de lo que me acababa de suceder. De que me había quedado viuda. no daba crédito. Parecía todo un mal sueño. Pero era la cruda realidad.

Pasaron los meses. Meses en los que me dediqué a investigar por internet a estas malditas tribus. Y les descubrí. Descubrí que eran tribus satánicas. De ahí el grito que profirió el guía Kwane cuando mi marido cayó al vacío. Ese grito significaba el sacrificio de un hombre para rendirle homenaje a Satanás.
Entonces me resigné a todo lo que había pasado, y caí en una gran depresión de la que nunca conseguí salir.

Y cada verano de mi vida que pasé sola, recibí la misma revista, en la misma fecha, la misma portada, como si de un eterno deja vú se tratase. Pero esta vez sola, hasta que me cansé y decidí reunirme con mi marido para siempre.

FIN

3 comentarios:

  1. Es un cuento muy bien narrado, tiene humanidad, naturaleza y ¡suspense! También es dramático pero se resuelve reposadamente con un sacrificio final de una manera que nos parece totalmente natural. Y se lee en un pispás. Ya estamos esperando el siguiente.

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    1. Me alegra que te haya gustado! jaja la verdad es que mi imaginación es un poco extraña. Y a veces peco de trágica! pero no todos los cuentos van a acabar bien no? tiene que haber variedad!!! :) ya estoy pensando en el siguiente!

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  2. muy bonito pero un poco triste un beso de tu peke

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