domingo, 4 de enero de 2015

La leyenda del búho marrón


Una cálida tarde de verano me encontraba sentada en el sofá de mi salón viendo la televisión. Mientras tanto, pensaba en el título que le pondría a mi recién escrita novela, pero no se me ocurría nada que tuviera gancho. Pasaban las horas y allí seguía yo sin ideas, con la cabeza vacía, sin vida.

De repente oí un fuerte estruendo que procedía del piso de arriba. Me levanté perezosamente del sofá y subí despacio las escaleras, en cierto modo con un poco de miedo en el cuerpo. 
Al llegar arriba, entré en mi habitación por inercia y cuál fue mi sorpresa cuando fijé la vista en la ventana. Un enorme búho de plumas blancas y marrones se hallaba posado en la repisa de mi ventana, con sus grandes y penetrantes ojos puestos en mí.
Vacilé un instante, pero finalmente me dirigí a prisa hacia mi escritorio y cogí un lapicero y una libreta para tomar apuntes, y al fin conseguí el ansiado título para mi ya escrita novela: "La leyenda del búho marrón".
Casualmente, dicha novela trata sobre una leyenda que pocos conocían, pues era bastante antigua y con poca credibilidad, en la que se auguraba que si un búho llevaba en sus patas una onza de chocolate y alguien conseguía cogerla y comerla, conseguiría poseer enormes alas para poder volar eternamente.
Obviamente, esa leyenda no existe, pues sólo se trata de un simple cuento infantil que pretendía que me lanzase a la fama como una nueva promesa de la literatura infantil.

Cuando volví en sí, después de estos pensamientos que me vinieron a la cabeza sin saber por qué, me dejó de piedra lo que vi a continuación.

Una vez escrito el título en la libretita, volví a dejarla donde estaba. Al volver a mirar con detemimiento al majestuoso búho, vi con total claridad que en su pata izquierda portaba una onza de chocolate atada con una pequeña cuerdecita. Sin salir de mi asombro, abrí con sumo cuidado la ventana para no espantar al curioso ser alado, y para mi asombro me dejó desatar la cuerda sin mostrar signos de inquietud o molestia.

En ese momento, con el chocolate en mis manos, comencé a sentirme como el protagonista de mi propio cuento y sin pensarlo me llevé la onza a la boca, masticándola con ansia a la espera de que todo fuera una estúpida broma de algún vecino tarado, o simplemente una tonta coincidencia. Pero de repente, caí en un estado de sopor. Noté como si me hubieran hipnotizado. Era una sensación nueva para mi. Nunca había experimentado nada igual. Inconscientemente me dirigí de nuevo al piso de abajo. crucé el salón y me detuve frente a la chimenea. 

Para mi sorpresa, mis pies echaron a andar solos y se adentraron en la chimenea, obligándome a agacharme para no darme en la cabeza con la piedra.
Después perdí el conocimiento, me perdí en las sombras, en la oscuridad. Y cuando volví a despertar un fuerte dolor en la espalda me invadió, pero pronto quedó en un segundo plano al descubrir que unas enormes alas de búho habían brotado de mi espalda. Recobré del todo el conocimiento, y entonces fui consciente de lo que estaba sucediendo.
Por un instante experimenté la mejor sensación del mundo, la libertad y la paz que se siente al volar. Era feliz. Estaba sobrevolando la ciudad. Pero entonces caí en la cuenta de que algo no iba bien. Me acordé de la historia de mi novela, en la que volar no era precisamente libertad. Empecé a sentir ansiedad e intenté descender, para pisar tierra firme y despertar de esta pesadilla, pero fue imposible. Estoy condenada a volar toda la eternidad...


FIN

1 comentario:

  1. Precioso mi pequeña, un mejor estreno imposible, para mostrarnos tu delicadeza en las palabras.
    Me gusta mucho, muy buena metáfora.
    Un besito y sigue así. =)

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